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Un día en Transnistria, un agujero negro en Europa Oriental

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Damas y caballeros, en contra de todos los pronósticos ¡revivió el Blog de Banderas! Yo sé que he tenido al niño muy abandonado últimamente pero la vida no me deja existir. Tengo un par de proyectos personales que me ocupan gran parte del tiempo y decidí dedicarme a ellos 100% para ver si los puedo terminar rápido. Lamentablemente eso significó sacrificar TEMPORALMENTE al Blog de Banderas… Y ojo, digo temporalmente porque el Blog no ha muerto y tan pronto termine mis cosas, lo retomaré como es debido. No me regañen, no se vayan a ir y ténganme paciencia que todo volverá a la normalidad pronto. Prometido.

Pero bueno, en un intento por revivir el Blog mientras yo lo retomo, tuve una conversación con Javier (alias Sherlock) quien ya ha escrito para nosotros varias veces y le propuse que se hiciera cargo por unos meses. A él le gustó la idea y me prometió que nos iría enviando entradas sobre sus últimos viajes para el Blog. Dentro de los destinos que aparecerán por acá (porque él lo prometió) están Colombia, Ecuador, Luxemburgo, Irlanda, República Checa y Hungría. Será bastante interesante ver la opinión de un extranjero sobre mi país… ya veremos con qué sale (porque con él uno nunca sabe).

Entonces la cosa funcionó así. A Javier lo conocí hace un par de años en Lérida, España e hicimos un viaje juntos con unas amigas a Andorra – y pueden leer esa historia en esta entrada – y, después de varios años de amistad, decidimos que era hora de hacer un viaje juntos. ¿A dónde? ¡Pues a Transnistria! ¿A dónde más? Todo estaba organizado. Éramos 4… 3 colombianos y un español – Javier -, recorreríamos Rumania, Bulgaria, Moldavia y después entraríamos en esa tierra de nadie llamada Transnistria. ¿Qué podía salir mal? Nada, ¿cierto?

¡Pues no! Nosotros queríamos ir a Moldavia pero el gobierno de Moldavia claramente NO quería que nosotros fuéramos. Resulta que para sacar la visa de Moldavia – que se puede hacer por internet – se debe cumplir uno de 2 prerrequisitos: 1. Tener una visa Schengen vigente ó 2. Tener una carta de invitación expedida por la Oficina de Migración y Asilo de la República de Moldavia. ¡Y aquí viene el problema! Resulta que a los colombianos ya no nos piden visa Schengen desde diciembre del año pasado. Por más de que preguntamos en cuanta embajada europea existía, no podíamos solicitar una visa de turismo porque ya no la necesitamos… La primera opción estaba descartada. Pasamos a la segunda opción: la carta de invitación *Insertar un suspiro de frustración extrema aquí*. Duramos 4 meses tratando de conseguir la puta carta de invitación sin éxito. Ninguna agencia de viajes en Moldavia contestó, ningún guía turístico contestó… nadie. Incluso, luego de contactar a los miembros de una organización de la que hace parte mi tía, nos dijeron: Mire, deje así que primero se derriten el Ártico y la Antártida antes de que la oficina de migración le expida esa invitación. Y es que para conseguir la carta, es necesario que un ciudadano moldavo la solicite y entre los requisitos piden hasta un certificado de buena salud. Mejor dicho, ¡fue imposible! Conclusión: es fantástico que ya Europa no nos pida visa pero en este caso, para ir a Moldavia, fue lo peor que nos pudo pasar. Así las cosas, el buen Javier – siendo español y no necesitando visa -, tuvo que ir a Transnistria solo en calidad de corresponsal del Blog de Banderas mientras mis amigas y yo nos fuimos a recorrer el resto de Rumania, Hungría y Serbia. Grandes frustraciones señores, grandes frustraciones.

Meses después… Y muchos, demasiados chats de whatsapp rogándole para que escribiera la entrada sobre Transnistria, Javier se dignó a escribir algo. Y digo “algo” porque a diferencia de las otras muchas entradas con las que nos ha deleitado, a la de Transnistria le faltaba sabor… le faltaba alma. Es más, esta mañana después de leerla, tuvimos la siguiente conversación por whatsapp:

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Y con eso, no había más que hacer. Había que hablar de Transnistria pero resulta que Transnistria no producía nada… Y claro, la entrada tampoco podría producir mucho más que eso. Como aquí no discriminamos, decidí publicarla para que nos deleitemos así sea con las fotos del lugar. Entonces, sin más preámbulos (porque la introducción estuvo bastante larga), vamos con Javier y su viaje al último agujero negro soviético en Europa Oriental: Transnistria. Disfruten.


Un día en Transnistria, un agujero negro en Europa Oriental

Muchos de nuestros lectores habrán oído o leído sobre Transnistria. Es un lugar donde parece complicado llegar y sobre el que se cuentan muchas leyendas, algunas de las cuales son terroríficamente ciertas. Por supuesto, yo había oído hablar de Transnistria a través de documentales, de libros, de internet… y tras planear un viaje a Macedonia, Bulgaria y Rumanía, la idea era comer el plato fuerte una vez traspasada la frontera con Moldavia para llegar al último reducto soviético de Europa. Lo hice. Llegué, vi… y me decepcionó. Sinceramente, no sé qué es lo que esperaba ver allí, pues siempre que me embarco en un nuevo viaje procuro ir con la mente en blanco y sin ideas preconcebidas. Pero haber leído tanto sobre este avispero me tenía ciertamente con unas expectativas enormes de segregar adrenalina a cada paso. Lamento (o quizá no lo lamento, pues habría sido peor) decir que no hubo adrenalina.

La crónica de mi viaje a Transnistria será considerada por algunos como anodina o poco original. Para mí, Transnistria supuso un “llegué, vi y me fui” que no pude evitar debido a las circunstancias del viaje, del pseudo país y del carácter de su gente.

Quien haya seguido mis viajes conocerá mi inclinación, casi necesidad, de interactuar con los habitantes de una región: cómo piensan, qué sienten, cómo ven al resto del mundo, qué hace especial su país… pero en este caso, cualquier interacción con los transnistrios fue imposible y mi estancia allí fue más bien una visita a un museo del que daré buena cuenta en este relato. No obstante, prometo volver.

Por si alguien no sabe de lo que estoy hablando, pondremos en contexto a esta región. Moldavia fue una antigua república socialista soviética y por tanto parte de la Unión Soviética, ese gigante comunista dentro del que, ejem, no había disidencias ni voces discordantes. Transnistria había formado parte de la República Socialista Soviética de Ucrania, pero, después del pacto entre Mólotov y Ribentropp, los ministros de asuntos exteriores de la URSS y la Alemania nazi en 1940, la situación cambió. Besarabia, que era a grandes rasgos lo que hoy es Moldavia, fue ocupada por los soviéticos y anexionada a la URSS bajo el nombre de la RSS de Moldavia, incluyendo en ella a Transnistria, que, por tanto, quedó desgajada de Ucrania, con quien tenía más lazos culturales y de idioma.

Así transcurrieron unos 40-50 años, con algún que otro conflicto en forma de deportaciones, limpiezas étnicas y demás florituras soviéticas, hasta que la URSS se disolvió, y las tensiones, latentes durante décadas, afloraron en forma de guerra civil. A grandes rasgos, la parte rumano-parlante de Moldavia votó para unirse a Rumanía, lo que fue contestado por un intento de secesión por parte de Transnistria, de apabullante mayoría ruso-parlante. Esto degeneró en una guerra en la que participaron los rusos, que, desde el alto el fuego, mantienen una sección de su ejército en Transnistria. Y allí siguen.

Transnistria es, desde entonces, un reducto soviético en medio de ningún sitio; un rincón de culto leninista independiente de facto de Moldavia donde no impera la ley del país del que supuestamente depende. Moneda, fronteras, policía, educación… todo está controlado por los propios transnistrios con apoyo militar, logístico y económico de Rusia. Un agujero negro en el que, según dicen, la principal industria es la armamentística. Donde al entrar pierdes cualquier derecho a protección diplomática en caso de problemas. Donde un conflicto armado puede comenzar en cualquier momento. En fin, donde yo fui en abril de 2016.

Me encontraba, como decía al principio, de viaje por Moldavia – crónica de cuyo viaje se puede leer aquí -. Estaba solo, tras despedirme del todopoderoso creador de este blog en Rumanía, y ya había contactado con Ana, una guía moldava ruso-parlante, con quien entraría en Transnistria. Trabaja en el aeropuerto de Chisináu recibiendo a los pasajeros VIP y domina el inglés, el ruso y el rumano, como casi todo el mundo en Moldavia. Los guardias fronterizos transnistrios solamente hablan ruso y siempre es conveniente cruzar con alguien que domine este idioma si no quieres tener problemas.

Nuestra cita es en el hotel donde yo me hospedaba en Chisináu, la capital moldava, a las 9:00 h. Puntual, viene acompañada de Sergei, un hombre frío como un témpano de hielo, silencioso y distante, con quien tan solo intercambié un “hello” y que apenas abrió la boca en todo el viaje. Muy ruso.

Tomamos un café y enfilamos la carretera R2, que en 1 hora debe llevarnos a la frontera. Ana me cuenta que nos deberíamos tener ningún problema, puesto que ellos tienen pasaportes rusos y eso, aquí, es un seguro de vida en caso de problemas. Me dice que no diga nada, que ellos les harán saber a los guardias que simplemente soy un turista que quiere comprar coñac. El coñac Kvint de Transnistria tiene fama mundial y se vende a más de 20 € la botella en España (de lo que me entero al volver) y son muchos los que pasan la frontera para escamotear algunas botellas y conseguir un dinero.

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De camino entre Chisináu y la frontera con Transnistria

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De camino entre Chisináu y la frontera con Transnistria

La frontera está muy militarizada, como cabe suponer. Una primera barrera obliga a circular muy despacio, mientras un oficial vestido de militar observa con su rifle. Poco más adelante, un coche que vuelve a Moldavia desde Transnistria es inspeccionado. Pasamos la tierra de nadie, y aparecen las garitas de los ¿funcionarios? del ¿país?, que nos piden nuestros pasaportes. Son unos minutos excitantes en los que me recomendaron permanecer en silencio, aunque en ningún momento se me aceleró el corazón siquiera: todo parecía ir bien. Y así fue. Me dieron un tique como el que te entregan al comprar algo en el supermercado: ese era el visado. Hora límite para dejar el “país”: las 20 h 22 minutos y 48 segundos del 30 de abril de 2016. Es decir, 10 horas.

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Visa de Transnistria

Todo aquel que haya leído alguna crónica de un viaje a Transnistria habrá leído lo mismo: que nada más cruzar la frontera, lo primero que llama la atención es que todo está escrito en alfabeto cirílico. Como ya venía prevenido, no me sorprende. Hacemos la primera parada en Bender. El nombre Transnistria (tras el río Dniéster) parece indicar que para llegar a esta región deberíamos cruzar el río, pero Bender se encuentra en la orilla opuesta al resto de Transnistria. Esto se debe a que quedó en la llamada “zona colchón”, o buffer zone después de la guerra de 1992, pero se encuentra de facto gobernada por la región separatista.

Esta ciudad, de unos 100.000 habitantes, mantiene varios lugares interesantes: un memorial, una pequeña iglesia ortodoxa y una estatua de Grigori Potemkin, un militar ruso que construyó varios puertos en la vecina Ucrania.

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Memorial en Bénder, Transnistria

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Estatua de Grigori Potenkin en Bénder, Transnistria

Avanzamos y cruzamos el Dniéster. La declaración de intenciones está clara: lo cruzan dos puentes, uno para el tráfico de coches y otro para el de trenes. El puente del ferrocarril está pintado con los colores de la bandera rusa y transnistria. Queda claro quién pone el dinero en esta nación.

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Carteles en la vía entre la frontera y Tiráspol

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Cartel que indica el camino a Tiráspol, Odessa y Chisináu

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Puente del Ferrocarril con las banderas de Rusia y Transnistria

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Río Dniéster

Lo que realmente me llama la atención por lo inesperado, aparte del precioso día primaveral, con una temperatura de unos 25 grados que no puede ser mejor, es la limpieza de las calles. No veo un solo papel, ni una hoja de árbol, ni siquiera colillas. Todo es orden y armonía, y nadie diría que me hallo en una zona que está técnicamente en guerra. La poca gente que veo camina tranquila, aparentemente sin preocupaciones. No sé por qué, pero cuando llegas a uno de estos lugares esperas ver otra cosa. Tampoco sé bien qué es exactamente lo que esperaba ver, pero desde luego me llevo una gratísima sorpresa al comprobar que esta podría ser la avenida de cualquier ciudad europea en una mañana primaveral cualquiera.

Nos adentramos en Tiráspol, y veo el campo de fútbol del Sheriff de Tiráspol, equipo que en sus 20 años de vida ha ganado prácticamente todos los títulos de la liga moldava habidos y por haber. La palabra Sheriff está intrínsecamente ligada a Transnistria: un equipo de fútbol, gasolineras, una constructora e incluso la propia red del móvil pertenecen a este grupo empresarial fundado por exmiembros de los servicios secretos soviéticos. Voy tomando conciencia de por dónde me muevo. El estadio es impresionante y destaca por lo nuevo y moderno que parece por fuera, y no extraña que sea el único campo de fútbol aprobado con la máxima nota por la UEFA en Moldavia.

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Estadio del Sheriff de Tiráspol en Tiráspol, Transnistria

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Estadio del Sheriff de Tiráspol en Tiráspol, Transnistria

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Estadio del Sheriff de Tiráspol, Transnistria

Una vez dentro de Tiráspol, paramos el coche y tomo unas fotos del río Dniéster y sus playas. Es muy peligroso bañarse debido a las corrientes y los remolinos del río, pero cuando llega el verano, estas playas son frecuentadas por los tiraspolenses para su diversión. Al parecer, la vida nocturna no es especialmente animada en la capital y las pocas infraestructuras de ocio que existen son aprovechadas al máximo por sus habitantes. De hecho, Ana me dice que acaba de caer en la cuenta de que, siendo Semana Santa, muy probablemente el mercado estará abarrotado y por eso nos encontramos las calles tan vacías. Así que nos dirigimos allí.

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Playas sobre el Río Dniéster

Antes, nos hacemos unas fotos en el centro de la ciudad. Veo el escudo de Tiráspol, que recrea el río Dniéster separando la zona industrial de Moldavia, al norte y simbolizado con una tuerca sobre campo (cómo no) rojo, y la zona agrícola del país, simbolizado con uvas sobre campo verde.

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Escudo y bandera de Tiráspol

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Símbolos soviéticos a la entrada de Tiráspol

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Símbolos soviéticos a la entrada de Tiráspol

Veo una estatua a caballo de Alexandr Suvórov, erigida en 1979 para rendir culto al fundador de la ciudad mientras suena la voz de un cantante callejero que entona canciones sobre la Segunda Guerra Mundial en un tono melancólico, aunque a un volumen ciertamente estridente. Ana le entrega unos billetes y me dice que siempre está aquí, cantando las mismas canciones día tras día. Es un anciano que sobrepasará los 70 años y con el que ciertamente me apetece mantener una conversación, pero el tiempo apremia y además y sobre todo, su disponibilidad a hablar no es grande.

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Estatua de Alexandr Suvórov en Tiráspol

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Camino al mercado, un hombre entona canciones de la Segunda Guerra Mundial

Grabo con mi cámara todo lo que voy viendo, y la gente me mira con una mezcla de extrañeza y desconfianza, como pensando que soy un espía disfrazado de turista perdido. Realmente, el mercado está abarrotado, e incluso Ana se sorprende de la cantidad de gente que hay. Pasaría por ser un mercado cualquiera de una ciudad cualquiera, con sus puestos, su comida, sus personas comprando… De hecho, tengo que ir pensando constantemente que estoy en Transnistria para darle un toque emocionante a la visita. Compro unos dulces con dinero que me presta Ana, puesto que no había cambiado mis lei moldavos a rublos transnistrios, y nos fumamos un cigarro en la puerta del mercado, viendo el trasiego de gente. Los rasgos de las personas son absolutamente distintos a los de los moldavos, digamos, oficiales: parecen realmente rusos: mujeres rotundas, robustas; hombres altos y con rostros impertérritos.

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Mercado de Tiráspol, Transnistria

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Mercado de Tiráspol, Transnistria

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Mercado de Tiráspol, Transnistria

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Mercado de Tiráspol, Transnistria

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Mercado de Tiráspol, Transnistria

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Mercado de Tiráspol, Transnistria

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Mercado de Tiráspol, Transnistria

Pegado al mercado hay una pequeña iglesia ortodoxa a la que no puedo dejar de entrar. La están limpiando para una celebración posterior, en el marco de la Semana Santa ortodoxa que, como sabemos, se celebra unos días después que la católica. Hoy es, además, el día de pascua, así que la iglesia está vistiéndose con las mejores galas.

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Iglesia ortodoxa en Tiráspol, Transnistria

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Celebraciones de la pascua ortodoxa

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Iglesia ortodoxa en Tiráspol, Transnistria

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“Cristo renace”

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Iglesia ortodoxa en Tiráspol, Transnistria

Seguimos avanzando por la ciudad y empiezo a ver los símbolos soviéticos de los que tanto presume la ciudad y por la que muchos nostálgicos de aquella época la visitan cada año. A la ya conocida estatua de Lenin del parlamento transnistrio se unen símbolos épicos de la colectivización soviética, con su simbología de campesinos alrededor del árbol de la abundancia y demás reliquias omnipresentes en este fantasmagórico museo comunista al aire libre.

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Tanque soviético a la entrada de Tiráspol, Transnistria

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Escudo de Tiráspol en la entrada de la ciudad

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Símbolos soviéticos en Tiráspol, Transnistria

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Símbolos soviéticos en Tiráspol, Transnistria

Fantasmagórico, digo, a pesar de los 25 grados de temperatura. Y es que intento entablar alguna conversación con los habitantes de Tiráspol y es imposible. No hablan inglés, y Ana me dice que no se ve parando a gente por la calle para que yo me ponga a hablar con ellos. Me lo dice muy amablemente, con timidez, y no insisto. Lo más que logro es preguntarle al conductor de un autobús de línea si puedo comprarle la bandera de Transnistria que exhibe orgulloso en el parabrisas. Visto en perspectiva, la cosa fue una locura: un autobús hace su parada, abre sus puertas, suben los pasajeros, y yo pongo un pie dentro para preguntarle al conductor, billetes en mano, por señas y sin dar tiempo a Ana a reaccionar, por cuánto me vende la bandera. Por supuesto, su respuesta es tajante: “ne”. Y sus gestos para que me baje del autobús son también bastante tajantes. Ana me dirá después que los transnistrios están orgullosísimos de sus símbolos y que no va a ser nada fácil hacerme con una bandera. Las calles están engalanadas con la enseña nacional, y yo tenía varias peticiones de compra de la bandera transnistria, pero me fue imposible.

Hablando de banderas, veo la puerta de un edificio en la que están expuestas la de Osetia del Sur y Abjasia. Me encontraba justo enfrente de la embajada de estos dos países no reconocidos, que, cómo no, están en otro país no reconocido. Todo un “frikismo” geo-político que fotografío hasta la extenuación. Por desgracia, estaba cerrada. Me invade el impulso irrefrenable de llamar a Diego, el hacedor y factótum del blog de fronteras, que, mientras daba de almorzar a uno de sus hijos, me responde con envidia un “qué coño haces ahí”, aunque ya está más o menos acostumbrado a mis extemporáneas llamadas mientras visito alguno de estos sitios recónditos.

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Embajadas de Osetia del Sur y Abjasia en Tiráspol, Transnistria

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Embajadas de Osetia del Sur y Abjasia en Tiráspol, Transnistria

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Embajadas de Osetia del Sur y Abjasia en Tiráspol, Transnistria

Entramos a una casa de cambio para devolverle a Ana los rublos que me había prestado. La transacción no difiere en absoluto a cualquier otro cambio de moneda en cualquier otro puesto de cambio de moneda en cualquier otro país del mundo… salvo que estoy cambiando leu moldavo a rublo transnistrio. Una moneda absolutamente inservible fuera de las fronteras de este enclave cuyos billetes cuentan con una efigie de Aleksandr Suvórov, el fundador de Tiráspol cuya estatua ya había visitado antes y cuyas monedas son de plástico. De plástico y con formas geométricas variadas como pentágonos, cuadrados, círculos y hexágonos. Un par de ellas las tenía en el bolsillo por generosidad de un transeúnte moldavo que me las había regalado el día anterior en Chisináu.

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Rublos transnistrios

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Rublos transnistrios

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Rublos transnistrios

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Rublos transnistrios

La visita al parlamento está prohibida, e incluso Ana me recomienda que no pase mucho tiempo en los alrededores. Pero la fotografía al lado de la estatua de Lenin es absolutamente imprescindible, así que me tomo el tiempo que resulta necesario. Sobre las columnas no pone Parlamento de Transnistria, sino “Domsovietov”, o casa del Soviet. Toda una declaración de intenciones por si no tenemos claro qué es este “país”. No tengo que esquivar coches porque el tráfico es realmente escaso y la avenida principal es muy ancha. El ayuntamiento está pintado de azul celeste y blanco, parte de los colores eslavos, pero que recuerda más bien al edificio de cualquier pueblo costero del oeste de Estados Unidos.

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Avenida del 25 de Octubre en Tiráspol, Transnistria

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Parlamento y estatua de Lenin en Tiráspol, Transnistria

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Estatua de Lenin en el Parlamento en Tiráspol, Transnistria

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Memorial de la Guerra de Tiráspol, Transnistria

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Memorial de la Guerra de Tiráspol, Transnistria

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Tumba del Soldado Caído en Tiráspol, Transnistria

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La Duma soviética con el busto de Lenin en Tiráspol, Transnistria

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Bandera de Transnistria con la hoz y el martillo en Tiráspol

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Bandera de Transnistria con la hoz y el martillo en Tiráspol

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Avenida principal de Tiráspol, Transnistria

Hacemos la parada obligatoria en una tienda de licores y compro dos sets de coñac transnistrio. No muy grandes, pues tengo que volar de vuelta a España al día siguiente. No me gusta el coñac, pero cuando lo probé de vuelta en casa, he de decir que es muy suave y que no está nada mal.

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Tienda de licores en Tiráspol, Transnistria

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Tienda de licores en Tiráspol, Transnistria

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Coñac transnistrio

Ya no queda mucho para ver, me dice Ana, sobre todo porque el implacable Sergéi ya nos estaba esperando con su coche. Subimos y capto las últimas imágenes de este extraño territorio. Tiráspol, esa ciudad que por tanto tiempo permanecía agazapada en mi lista de destinos a los que ir, se tornaba un sitio tranquilo, ordenado, anodino y normal en la superficie. Rascando un poco, se encuentra la corrupción, el tráfico de armas, el blanqueo de dinero, el conflicto dormido con Moldavia, la alianza rusa… pero yo no lo vi. Ni tuve la oportunidad de vivirlo, supongo que afortunadamente.

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Matrícula transnistria

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Saliendo de Tiráspol, Transnistria

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Saliendo de Tiráspol, Transnistria

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Saliendo de Tiráspol, Transnistria

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Trolebús en Tiráspol, Transnistria

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Banderas de Transnistria en Tiráspol

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Gasolinera de Sheriff en Tiráspol

Cruzamos la frontera con la Moldavia oficial. Varios puestos de control, nos preguntan si llevamos algo que queramos declarar y nos vamos sin más. De vuelta en el hotel, reflexiono sobre la vida de esta gente, encajonada voluntariamente entre Moldavia y Ucrania en un conflicto olvidado pero con un marcado sentimiento de pertenencia y de diferencia. Un trozo de la Unión Soviética sobre el que los años parecen no transcurrir y que a ellos parece enorgullecerles. Un agujero negro que se mostraba luminoso y tranquilo. Si no estalla un conflicto entre Ucrania, Rusia, la Unión Europea y Moldavia, prometo volver… pero esta vez solo.

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Puesto fronterizo entre Moldavia y Transnistria

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Puesto fronterizo entre Moldavia y Transnistria

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Puesto fronterizo entre Moldavia y Transnistria


Y terminamos con el video que hizo Javier de su viaje a Transnistria. No sé cómo hizo para filmar en la frontera entre Moldavia y Transnistria sin terminar en la cárcel… grandes misterios. Aquí se los dejo. Disfruten:

Por último, si quieren leer las entradas anteriores que nos ha enviado Javier, se las pongo a continuación:


Y hasta aquí llegamos por hoy. Esperen pronto otra crónica de Javier (o mía, si me inspiro) sobre algún lugar recóndito de este planeta. Saludos a todos y, como siempre, ¡adiós pues!


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