Y vuelve el Blog de Banderas, esta vez de la mano de Andrés Sánchez, un colombiano pseudo-demente como yo que, por cosas de la vida, terminó caminando los hielos de Groenlandia en la primavera del año pasado. En la entrada de hoy, Andrés nos cuenta su experiencia en dos ciudades de la costa occidental groenlandesa (Ilulissat y Nuuk, la capital) y nos narra las dificultades que supone hacer turismo en un lugar tan agreste. Pero bueno, yo mejor me callo y los dejo con Andrés y sus relatos árticos. Pónganle especial atención a las fotos que son alucinantes y espero que disfruten esta entrada tanto como yo. Con ustedes,
Groenlandia: el gigante de hielo
Siempre me he sentido atraído a la nieve y al hielo. Tal vez por la rareza de su existencia en un país tropical como en el que nací, Colombia, donde sólo hace presencia (tristemente cada vez más escasa) en algunas de sus más altas cumbres; tal vez por alguna relación entre el clima helado y agreste y mi propio carácter. Lo cierto es que esto, sumado a mi fascinación por los mapas y la geografía en general, me hacían desear de manera particularmente notable en la niñez el tener algún día la posibilidad de ir a Groenlandia… esa monstruosidad cubierta de hielo, de nombre extraño y contradictorio (más notablemente en danés – Grønland – o en inglés – Greenland, en ambos traduce “Tierra Verde”), que además se veía tan cerca del continente americano que no parecía tan difícil de alcanzar.
Aquel deseo se mantuvo siempre, hasta que por fin las circunstancias me permitieron materializarlo. Aprovechando mi estadía en Escocia (Y aquí pueden leer la entrada sobre Escocia en el Blog de Banderas) por mis estudios de maestría, durante uno de los recesos, justo en la línea temporal que separa el final del invierno y el inicio primaveral, mientras mis compañeros decidían tomar rumbo sur en busca de la luz y el calor tan largamente ausentes, opté por tomar dirección norte. Inicialmente mi destino era únicamente Islandia (otro lugar maravilloso sobre el que pueden leer en esta entrada del Blog de Banderas), pero notando la cercanía, mi vieja obsesión floreció de nuevo: Groenlandia debía ser incluida a como diera lugar.
Aquí debo hacer mención a algunos temas logísticos que también motivaron parcialmente la decisión. A pesar de la ya mencionada cercanía al continente americano (de hecho en términos geopolíticos Groenlandia es parte de este continente a pesar de su conexión con Europa por ser parte del Reino de Dinamarca) no existen vuelos comerciales entre, digamos Estados Unidos o Canadá con aquel territorio. De hecho sólo existen vuelos directos regulares desde dos lugares: Dinamarca, por las razones ya expuestas, e Islandia. He ahí la razón número uno para aprovechar. Por otro lado, en relación con el tema anterior, las líneas aéreas que vuelan allí son escasas, lo cual se traduce en precios ridículamente altos. Difícilmente se encuentra un vuelo desde cualquiera de los lugares mencionados que no sobrepase los 500 euros, al menos al momento de realizar este viaje (2016). Sin embargo, después de mucho escudriñar, logré conseguir uno que salía de Reykjavík por la “módica” suma de 300 euros. Razón número dos.
Lugares a visitar en Groenlandia. También estaba Kangerlussuaq, pero…
Así pues, estaba decidido. Groenlandia esperaba. Salí una noche de Glasgow en un bus rumbo a Londres, de donde tomaría vuelo a Reykjavik. Allí, tras una breve parada que incluyó cambió de aeropuerto, partió mi vuelo de Air Iceland rumbo a Ilulissat, uno de los destinos en Groenlandia a los que vuela esta aerolínea. El buen tiempo reinante permitió un vuelo agradable en el pequeño avión (un Bombardier Q200, para los curiosos) durante las 3 horas de trayecto, donde al menos la mitad del mismo ya era sobre el permafrost groenlandés, dado que la mayoría de ciudades habitadas se encuentran en el lado occidental de la isla. La emoción de sobrevolar aquel blanco infinito es indescriptible, incrementándose con la cercanía al destino final y el descenso al mismo, increíblemente escénico y memorable.


El aeropuerto local es muy pequeño, tanto que ni siquiera existe “inmigración” o cosas burocráticas parecidas. Tal maravilla supone una única desventaja: no hay sello en el pasaporte. Así es, aunque lo intenté y pregunté si era posible, no existía tal cosa, no había más que bajar el avión, tomar el equipaje y a la calle. Las pocas y costosas opciones de alojamiento en el pueblo ofrecen en su mayoría transporte desde y hacia el aeropuerto, y afortunadamente ese era mi caso, así que mi transporte estaba esperando. Fueron un par de kilómetros a través de una carretera totalmente blanca a pesar de la barredora de nieve que abría el camino delante de nosotros hasta llegar al hotel, hacer el registro rápido, dejar las cosas y salir sin perder tiempo a dar una vuelta y buscar comida, desde luego.



Pequeña pausa para hablar de la gente y otros datos. Groenlandia tiene algo más de 60.000 habitantes, la mayoría del grupo groenlandés, una mezcla de las razas inuit y de europeos, por lo que comparten rasgos físicos con las poblaciones del norte de Alaska y Canadá, aunque son grupos diferentes. El groenlandés es el idioma oficial, caracterizado por sus palabras largas, aunque el danés es también ampliamente hablado por obvias razones. El nombre oficial del país en el idioma local es “Kalaallit Nunaat” (Tierra de los Kalaallit) y se usa como moneda oficial la corona danesa. La capital es Nuuk (Nota del Blog de Banderas: En danés, Nuuk se conoce como Godthåb que significa literalmente “Buena Esperanza”), de la que ya hablaré más adelante; mientras que Ilulissat es la tercera ciudad más poblada, con unos 5.000 habitantes. Una curiosidad negativa que me sorprendió al hacer las respectivas lecturas pre y durante-viaje fue que Groenlandia está en la primera posición mundial en tasa de suicidios, lo cual impacta aún más sabiendo su escasa población (al menos hasta hace un par de años estaba en tal posición – acá una interesante nota en castellano al respecto).

Sigamos: no fue tan fácil encontrar comida. Hay un par de mercados pero con limitadas opciones, sin mencionar los precios desproporcionados de… bueno… todo. Básicamente como todo es traído de afuera, los elevados costos de transporte se ven reflejados en el precio final del producto. Así que no hubo más remedio que seguir una dieta de galletas y agua por unos cuantos días. El resto del día fue dedicado a conocer un poco más del pueblo, ya que de por sí era difícil recorrerlo a pesar de su pequeño tamaño, pues caminar en el hielo es bastante difícil y no estuvo exento de resbalones y caídas, a pesar de las incesantes barredoras que despejaban los caminos.



Otra nueva pausa para desmitificar una creencia generalizada. Al principio me referí a Groenlandia como una “monstruosidad cubierta de hielo” en clara referencia a su tamaño, al menos a ese que nos han hecho creer que tiene según vemos en los mapas. ¡Es todo un engaño! Bueno, no es de mala intención, no se debe a una teoría conspirativa o algo así (al menos no en este caso). El asunto es de cartografía. Al proyectar la forma 3D del planeta Tierra sobre un plano 2D usualmente se usa el método Mercator, nombrado así en honor a Gerardus Mercator, un geógrafo y cartógrafo del siglo XVI que lo propuso como solución para propósitos de navegación. Su método es bastante útil y eficiente, no por nada funcionó tan bien por siglos. Sin embargo, su defecto es que distorsiona el tamaño de los objetos dependiendo de su cercanía o lejanía al ecuador, haciendo que por ejemplo la Antártida, o en el caso particular, Groenlandia, luzcan desproporcionadamente más grandes de lo que son. En realidad, Groenlandia es comparable en tamaño a México. Por supuesto, sigue siendo grande, pero para nada se parece a lo que vemos en los mapas, donde su tamaño se compara al de todo el continente africano.

Tras este interesante dato, paso a narrar el que fue probablemente el día más maravilloso de mi experiencia groenlandesa. Salí en la mañana con la intención de tomar una pequeña excursión por la bahía de Disko en algún tipo de embarcación; sin embargo, tras preguntar en varios establecimientos, resultó que aquel día no iba a ser posible, pues a pesar del buen tiempo reinante, había pronósticos de fuertes vientos en la tarde, lo cual es considerado bastante peligroso en estas latitudes. Afortunadamente en uno de esos lugares me regalaron un mapa con las principales rutas de trekking de la zona, lo que salvó el día y de qué manera. La ruta que llamó mi atención iba hacia el sureste bordeando la costa en dirección al fiordo. Tras unos minutos de caminata por la carretera, el camino “oficial” empezaba por unas escaleras a la montaña, por las que descendía una pareja de viajeros. Serían las últimas personas que vería por un muy largo rato.
A pesar de la espesa capa de nieve, el camino estaba demarcado cada cierta distancia por piedras con pintura amarilla. Sin embargo, después de unas cuatro o cinco perdí el rastro. ¿Qué hacer? Volver no era una opción y un par de icebergs se avizoraban en el horizonte. Debía seguir. Tras varias enterradas en la nieve, el camino se tornó rocoso y más accesible, a la vez que el clima despejado y las vistas sobre la bahía obligaban a hacer paradas frecuentes. Finalmente llegué al extremo del fiordo, donde se conecta el glaciar Jakobshavn Isbræ con el mar. Los enormes icebergs allí presentes, la variedad de tonos de azul en el agua, las aves que pasaban ocasionalmente y la soledad hicieron de aquel momento algo sublime, algo que sin duda queda marcado como un hito en la vida. Como en muchos casos, las fotos no hacen honor a la realidad.






Tras un larguísimo rato de embelesamiento ante las maravillas de Gaia, era hora de comer, desde luego, galletas y agua, y de seguir el camino. Después de otro rato de caminata pude ver una especie de playa y un sendero hacia ella. En efecto, ese era el camino por el que llegaban los viajeros, varios de los cuales se encontraban allí. La ruta era infinitamente más fácil que la que yo había tomado; sin embargo, no me arrepentía para nada, el esfuerzo y el premio final habían sido increíblemente gratificantes. Negándome a irme tan pronto, escalé a otras rocas para tener diferentes vistas del glaciar y aprovechar al máximo lo que sería, al menos en teoría, la última tarde en Ilulissat.





En la noche decidí premiarme con una bien merecida cerveza local (evidentemente no muy barata), mientras planeaba las actividades del día siguiente. Tras este par de días en Ilulissat, el objetivo era tomar dirección sur y pasar un día más en Kangerlussuaq y otro más en Nuuk, la capital, desde donde regresaría a Islandia. Pero en Groenlandia los planes suelen ser eso, solo planes, y el destino tendría preparadas unas cuantas modificaciones.


Tiempo para hablar del transporte. En Groenlandia, el principal y casi siempre único medio de transporte tanto interno como externo es el avión. Por la conformación geográfica del terreno, sólo dos ciudades están conectadas por carretera; de resto el transporte es aéreo o marítimo. Además, la única manera de ir de una punta a otra de la isla es usar trineos de perros o motonieves. Esto contribuyó a que apenas considerara 4 días para mi visita, dado que las limitaciones de transporte interno hacen que sus precios sean un despropósito… y bueno, también es difícil sobrevivir más tiempo a punta de galletas.
El día siguiente mi vuelo partía en la mañana. Mientras esperaba el transporte, la recepcionista comentó que era posible que se cancelara el vuelo por mal tiempo, como les había sucedido a otros huéspedes hace unas horas. “¿De qué está hablando?”, me pregunté internamente, al mirar por la ventana y ver el cielo despejado. El auto del hospedaje me llevó junto a otros viajeros al aeropuerto puntualmente, pero allí, tras un par de horas de espera y ver que gradualmente los pocos vuelos del día que aparecían en la pantalla cambiaban su estado a “cancelado”, le llegó el turno al nuestro. En efecto, el mal tiempo en otro lugar afectó en cascada todas las rutas del día y aunque algunos aviones llegaron, ninguno más salió. Ni modo, habría que quedarse un día más allí. Algo bueno tenía: la aerolínea pagó el hospedaje del día y más importante aún: ¡tres comidas! Teniendo un nuevo día a disposición, no dudé en repetir la experiencia del día anterior, probando por otras rutas de acceso. En la noche, descanso y a esperar que el día siguiente sí pudiese volar.
Momento, ¿y Aurora, la preciosa doncella de las altas latitudes? Así es, tratándose de visitas a lugares nórdicos, siempre debe revisarse la posibilidad de ver alguna aurora boreal. Sin embargo, hay que mencionar que al proyectar el área de presencia de la luz del norte sobre el planeta, ésta se encuentra contenida dentro de un anillo alrededor del Polo Norte, por lo que no se trata solo de “ir hacia el norte” y ya; de hecho, si se va mucho hacia el norte se sale del área de influencia de la actividad magnética que permite este fenómeno. Éste el caso de Ilulissat, se encuentra ya “demasiado” al norte (más de 200 kilómetros sobre el Círculo Polar Ártico) por lo que es difícil observar este fenómeno, a menos que haya una altísima actividad solar. Yendo hacia el sur tendría ligeramente más posibilidades, pero debo adelantar que el clima nublado en los días siguientes impidió reencontrarme con Aurora, mi amada Aurora desde que la conocí en Alaska unos años atrás, algo para lo que debería esperar hasta volver a Islandia.

Al día siguiente, tras una nueva espera en el aeropuerto, finalmente fue posible viajar. Sin embargo, el día perdido tendría consecuencias: ya no podría estar en Kangerlussuaq y tendría que ir a Nuuk directamente, teniendo en consideración que solo tendría un día de más y mi vuelo de regreso a Islandia partía al otro día desde aquella ciudad. Ni modo, obtuve un hospedaje gratis pero a un alto costo, teniendo que sacrificar un destino. Pero así es Groenlandia, la incertidumbre siempre hará parte de cualquier plan de viaje a este destino. Y no sería de ninguna manera el último suceso de este tipo en mi corto viaje.
Nuuk sería entonces el siguiente lugar a visitar. Como se mencionó antes, es la capital y ciudad más poblada de la isla, con unos 18.000 habitantes. Se encuentra 240 km al sur del Círculo Polar Ártico, lo cual la hace la capital más septentrional del mundo (o más al norte, para usar un término más castizo y menos “wikipediano”). Allí llegaría al comenzar la tarde, la cual debía aprovechar al máximo. Por esa razón, aunque hay un bus local que pasa por el aeropuerto, al no ser tan frecuente, me hizo optar por tomar un taxi en el corto recorrido hacia mi hostal, aunque presentía que el costo sería un total despropósito, como en efecto fue (algo así como 20 euros por unos dos o tres kilómetros).
Nuuk fue fundada en el siglo XVIII por el misionero noruego Hans Egede; iniciando la colonización del lugar bajo la corona noruego-danesa. De hecho, en el puerto antiguo de Nuuk aún se erige al día de hoy la casa de Egede y hay una estatua en la cima de una pequeña “colina” que hace también de buen mirador y que por supuesto hizo parte de mi recorrido del día. A cambio del encanto más natural de Ilulissat, en Nuuk es más evidente el ambiente a ciudad, con un poco más actividad, disponiendo de emisora de radio, hospital, una universidad (la Universidad de Groenlandia, Ilisimatusarfik), algunos hoteles, un centro cultural (Katuaq) que también hace las funciones de cine, el citado aeropuerto y diversas instalaciones de investigación científica. Algunos de estos lugares hicieron parte también de la caminata en el que sería, nominalmente, mi último día en el lugar. Hacia medianoche un último intento para ver la aurora boreal, dada la ubicación geográfica más favorable de Nuuk, fue frustrado por el clima nublado.





El día siguiente amaneció bastante nublado y con una ligera nevada, lo que no parecía muy prometedor dado el vuelo que se avecinaba. A pesar de ya conocer el itinerario del bus al aeropuerto, por la poca distancia decidí hacer el recorrido a pie. Fue interminable. La ligera nevada soplando en la cara y la dificultad para caminar sobre el hielo formado sobre la carretera hicieron que el recorrido que normalmente podría hacerse en unos 15 minutos me tomara cerca de una hora. Y para completar, al llegar al aeropuerto, éste se encontraba abarrotado de gente: en efecto, sus vuelos habían sido demorados y esperaban (en vano) a que se normalizara la situación. Eso no iba a pasar, para ellos ni para los demás, incluyéndome. Efectivamente, tras un buen tiempo de espera, Air Greenland avisó que se cancelaban los vuelos del día y pidió que nos pusiéramos en fila para asignarnos nuestros respectivos hoteles. En principio no sonaba mal la idea, un día más, con alojamiento gratis y la tan anhelada comida. Si tan sólo hubiese sido solo un día…


Nos pusieron en un buen hotel, cómoda habitación y buena comida. Sin embargo, aquel día era un viernes, y aunque nos dijeron que nos notificarían diariamente a ver si era posible volar, el rumor “oficial” era que no habría más vuelos hasta el martes. Y así fue, tal cual. Fueron cuatro días de más, o a su vez cuatro días menos en Islandia. De ello también comprendí los altos costos del transporte aéreo, que al parecer son más para cubrir los costos de las compensaciones a los pasajeros por estas situaciones bastante frecuentes que para cubrir los gastos operativos en sí. En todo caso, hubo bastante tiempo de sobra para conocer otras áreas de Nuuk, como el museo Inuit, bastante sencillo pero muy recomendado, o el barrio”rico” ubicado frente al puerto.
Precisamente hacia el lado del “barrio rico” se encontraban también caminos para senderismo, como los de Ilulissat. Me pareció un buen plan cuando el mal clima así lo permitió, así que tomé el bus en esa dirección. Infortunadamente, los caminos se encontraban cerrados al público por alguna razón desconocida (el letrero puesto sólo estaba en idioma local o en danés, así que ni idea) y, bueno, en todo caso no se veían tan escénicos como en Ilulissat (o tal vez prefiera pensar eso como consuelo). Así que el plan quedó descartado. Sin embargo, pude ascender un poco por la ladera para apreciar otra de las vistas famosas en Nuuk: el monte Sermitsiaq.

Un plan complementario fue tomar el mismo bus y darle la vuelta a la ciudad. No toma mucho tiempo y se pueden ver otras áreas menos conocidas. Tal es el caso de un “anti-ícono” de la ciudad: los bloques de apartamentos ubicados a medio camino entre el puerto y el centro cultural. En algunos blogs hacen referencia a estas construcciones como los edificios más feos del país (Nota del Blog de Banderas: Aquí pueden leer (y reírse) sobre los edificios horrorosos de Nuuk en el Blog del lado, el de Fronteras). Cuando los pescadores de la costa suroeste groenlandesa comenzaron a establecerse en la ciudad de forma masiva, se construyeron estos bloques de edificios para alojarlos y así permitir la expansión rápida de la ciudad. Sin embargo, al parecer no han tenido mayor renovación desde tales tiempos, más allá de ser adornados con murales por algunos artistas locales. Muchos comentarios en dichos blogs los comparan con viejas construcciones comunistas en Alemania Oriental o en algunas de las ex-repúblicas soviéticas; en lo personal me parecieron una combinación entre las antiguas residencias estudiantiles de mi universidad en Bogotá y… bueno, casi cualquier edificio estándar en Pyongyang.

El martes, tal cual lo anunciado, fue posible por fin volar de vuelta a Reykjavik. Me despedí así de esta experiencia única, maravillosa a pesar de las complicaciones, con la satisfacción del deber cumplido, un deber de muchos años, de toda la vida.


Y hasta aquí llegamos por hoy con Andrés y su recorrido por Groenlandia. Espero que les haya gustado y, como siempre nos vemos en una próxima oportunidad. No se les olvide seguirme en las redes sociales que están aquí a la derecha y dejar sus comentarios abajo. ¡Adiós pues!
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