Empieza un nuevo año y, con él, continúan las aventuras por este mundo que, por más de que se recorra incansablemente, no parece acabarse nunca (afortunadamente). Y lo digo porque mi año empezó en Namibia, un país en el que ya había estado dos veces y que a pesar de haberme cautivado desde mi primera visita por allá en 2011, todavía no termina de sorprenderme, enamorarme y, sobre todo, descrestarme con su belleza. Y aquí aprovecho para decirlo nuevamente: Namibia es uno de esos lugares que uno TIENE que visitar antes de morir… Es simple y sencillamente alucinante.
Y ustedes se preguntarán… Si este señor ya fue dos veces a Namibia, ¿para qué demonios vuelve si ya vio todo lo que tenía que ver? Pues no, resulta que no había visto todo lo que Namibia tiene para ofrecer… Me faltaban las imperdibles dunas de Sossusvlei y Deadvlei – de las que les hablaré en una próxima entrada -, me faltaba ver el Cañón del Río Fish, me faltaba también recorrer algunos de los parques naturales más alucinantes de Namibia como el ǀAi-ǀAis/Richtersveld y el Namib Rand y, sobre todo, me faltaba ver los dos lugares que me llevaron a organizar este viaje… les había tenido ganas durante años y la vida siempre se había interpuesto en mi camino. El primero, Shark Island: la península en las costas de Lüderitz, Namibia, donde los alemanes construyeron el primer campo de exterminio del mundo por allá en 1904… décadas antes de los famosos campos de concentración construidos por la Alemania nazi. Y el segundo, el pueblo fantasma de Kolmanskop – o Kolmannskuppe, como se conoció en alemán -. Dos lugares que un demente, disfuncional y amante de las historias extrañas del mundo como yo no se podría perder, ¿no creen?
Entonces, aprovechando que estábamos en Ciudad del Cabo, alquilamos un carro con una amiga a mediados de diciembre y partimos rumbo a la frontera norte sabiendo que nos tomaría un par de días llegar a nuestro destino: Lüderitz, Namibia. Nuestra primera parada fue un pequeño y coquetón pueblo de pescadores llamado Paternoster en la costa occidental sudafricana y que, como dato curioso, su nombre en latín proviene de las oraciones que hacían los navegantes católicos portugueses cuando encallaban en las costas de África. Luego continuamos hacia lo que creíamos era la única ciudad en esta zona de Sudáfrica: Springbok. ¿Y es que cómo no pasar una noche en una ciudad que tiene el mismo nombre que el mejor equipo de rugby del planeta? *Se sienta a esperar los insultos de los fanáticos de los All Blacks :P *. Emocionados por ver esta gran metrópolis, seguimos nuestro camino a través de una zona desértica conocida como Namaqualand, famosa por convertirse en un gran tapete de flores multicolores luego de las lluvias del otoño entre los meses de agosto y octubre… pero como yo siempre llego tarde a todas partes, a mí no me tocó ver flor alguna. Sólo había piedras, arena y uno que otro arbusto por ahí… un paisaje alucinante, sin duda, pero las flores no se vieron por ningún lado. Finalmente, luego de algunas horas, llegamos a Springbok, nuestra gran metrópoli, hacia el final de la tarde. Afortunadamente nos habíamos demorado un par de horas más tomándole fotos a las montañas y al desierto en el camino porque Springbok puede tener el mejor nombre de todos… pero no hay NADA. Absolutamente nada. Es diminuta, fea, aburrida y un domingo por la noche no se consigue donde cenar ni por equivocación. Terminamos comiendo en un bar de mala muerte donde sólo vendían platos hechos con las entrañas de cuanto animal se encuentra en el desierto sudafricano: vacas, cerdos, corderos y ovejas… Menos mal sólo íbamos a pasar una noche allí y continuábamos nuestro camino a la mañana siguiente, sino hubiéramos podido morir de tedio extremo. Los dejo con el mapa y algunas fotos:
Algo congelados luego de una noche gélida en la nunca entretenida Springbok, retomamos el camino con destino al norte y nuestra primera parada del día sería el puesto fronterizo de Vioolsdrif sobre el Río Orange a unos 120 kilómetros de distancia. El paisaje era el mismo: Namaqualand en toda su expresión. Grandes extensiones de pseudo desierto alucinante con algunas colinas que se perdían en la distancia y uno que otro pueblito sin mucha vibra en el camino. Finalmente, luego de una hora, la frontera entre Sudáfrica y Namibia. Señales para disminuir la velocidad, información sobre aduanas y migración en todas partes y los trámites de rigor. Lo que sí nos quedó claro es que las temperaturas frías de la noche anterior se habían esfumado para dar lugar a un calor insoportable… Ya estaba entendiendo la cara que me hacían los sudafricanos cuando les contaba que iba para la Provincia Septentrional del Cabo en verano. Hacían más de 40 grados, sin viento y sin una sola nube en el cielo. Era el mismísimo infierno. Sellamos pasaportes en Sudáfrica, cruzamos el puente justo al lado de la señal de “Bienvenidos a Namibia” y continuamos para sellar el pasaporte en Namibia.
Y aquí vendía el gran dilema. Nosotros íbamos en un Toyota Corolla y Gertrudis – nombre con el que bautizamos a la fulana que nos hablaba desde el GPS con acento español y que nos insultaba insistentemente por ignorarla la mayor parte del tiempo – nos informaba que un par de kilómetros después tendríamos que tomar una carretera sin pavimentar. ¿Qué? ¿Carretera sin pavimentar en Namibia? Y lo peor, ¿carretera sin pavimentar por 325 kilómetros? ¿Uno qué hace? Sin duda era la ruta más corta… la otra opción estaba pavimentada pero habría que recorrer 438 kilómetros, 113 más que por la ruta sugerida por Gertrudis. Para estar seguros, le preguntamos su opinión al oficial de migración que nos respondió: “Son sólo 98 kilómetros sin pavimentar, no hay ningún problema”. Yo tenía mis dudas pero finalmente accedimos a tomar la carretera C13 entre Vioolsdrif y Aus para luego tomar la B4 hasta Lüderitz.

Llegando al puesto fronterizo entre Sudáfrica y Namibia

Llegando al puesto fronterizo entre Sudáfrica y Namibia

Llegando al puesto fronterizo entre Sudáfrica y Namibia

Puesto fronterizo entre Sudáfrica y Namibia

Puesto fronterizo entre Sudáfrica y Namibia

Puesto fronterizo entre Sudáfrica y Namibia

Puente que separa a Sudáfrica y Namibia

Río Orange entre Sudáfrica y Namibia

¡Bienvenidos a Namibia!

Entre el Río Orange y el Puesto Fronterizo en Namibia

Entre el Río Orange y el Puesto Fronterizo en Namibia

Entre el Río Orange y el Puesto Fronterizo en Namibia

Puesto Fronterizo en Namibia
Ingresamos a Namibia, 10 kilómetros por la carretera B1 – la principal que recorre al país de norte a sur -, luego un desvío a la izquierda para tomar la C13 y yo ya estaba teniendo mis dudas. La situación era la siguiente: tan pronto se entra a Namibia, el paisaje cambia inmediatamente. Ya no hablamos de un pseudo desierto con algo de vida y civilización cada tanto. En Namibia, el desierto es simplemente arena… arena que se pierde en el horizonte y que no se acaba en ninguna de las direcciones en las que se mire. Y claro, como estamos en el segundo país menos densamente poblado del mundo – poco más de 2 millones de habitantes en todo el país que tiene un área similar a la de Venezuela o Chile -, gente no hay… por ningún lado. Si te internas en la mismísima nada que es el desierto de Namibia y se te daña el carro, ¡te jodiste! No hay ríos, no hay tiendas donde comprar agua o comida, no hay pueblos, no hay nada. ¡Te jodiste en serio!
Pero bueno, le ponemos positivismo al asunto, mi amiga que es medio hippie le pide a sus seres de luz que nos acompañen y nos adentramos en el desierto. Para nuestra sorpresa, la carretera está perfectamente pavimentada y, como en Namibia no hay cámaras ni policías de tránsito en las vías – y es que si no hay gente, ¿para qué tener policías? -, el límite de velocidad de 120 kilómetros por hora se ignora como es debido y ahí vamos nosotros raudos y veloces dirigiéndonos hacia las costas del Atlántico africano… Pero la dicha no nos duraría mucho. Unos 40 minutos después, así de la nada, la carretera pavimentada se acaba en un pueblo llamado Aussenkehr y ahí es cuando mi amiga me mira, yo la miro a ella y los dos decimos al unísono: ¡Mierda! Sí señores, la carretera ahora era arena suelta y el carro patinaba, bailaba y se resbalaba cada 3 metros. ¿Velocidad promedio? 5 kilómetros por hora. Respiramos profundo, tomamos el asunto con calma y decidimos seguir. Al final eran sólo 90 kilómetros así, ¿cierto?
Dadas las condiciones, vemos que el pueblito tiene un supermercado y decidimos parar a comprar agua, algunos chocolates, papas fritas y lo único que podría clasificar como almuerzo por esas tierras: unos muslos de pollo bastante grasosos. La idea era abastecernos en caso de que el carro se quedara atascado en la arena y nos tocara esperar a que algún alma pasara por esas tierras y nos rescatar – hasta ahora sólo habíamos visto pasar un carro en la dirección contraria desde que entramos a Namibia -. Con las provisiones en el carro, continuamos nuestro camino… Pero no sin antes decir que Aussenkehr resultó ser un lugar interesante. Es un pueblo donde las rudimentarias casas están hechas de madera o arcilla y los techos de paja. Justo lo que uno esperaría ver en los documentales de la National Geographic sobre África. Lo curioso es que, justo al lado de estas casas y en plena arena del desierto, ¡hay viñedos! Sí señores, no sé cómo demonios pero esta gente produce vino en uno de los terrenos más agrestes que he visto en mi vida. ¿Cómo lo hacen? No tengo ni idea… supongo que tener el Río Orange justo al lado provee agua todo el año, pero es sin duda admirable la forma como los namibios se han adaptado a vivir en el desierto y lo ponen a producir a pesar de las adversidades. Les muestro:

Vía hacia Aussenkehr

Vía hacia Aussenkehr

Aussenkehr, Namibia

Aussenkehr, Namibia

Aussenkehr, Namibia

A la izquierda ven los viñedos de Aussenkehr, Namibia, a la derecha, la carretera de arena

Aussenkehr, Namibia

Aussenkehr, Namibia
Salimos de Aussenkehr y hacemos el mayor descubrimiento del viaje. El que hizo que todo valiera la pena… El que nos demostró que tuvimos la razón cuando decidimos no volar a Namibia sino conducir hasta allá. En Namibia no se trata de llegar. No hay afán… no vale la pena ir rápido. En Namibia lo que importa es recorrer… tomarse el tiempo para ver todo lo que lo rodea a uno y, sobre todo, disfrutar del paisaje en todas sus formas. No importa que haya 90 kilómetros de una carretera de mierda, lo que uno ve vale tanto la pena que ahora es uno el que no quiere acelerar. Ahora es uno el que quiere ir lo más lento posible porque sabe que lo que está viendo no lo va a volver a ver en ningún otro lugar del planeta. Y sí, en Namibia el tiempo cambia, el afán desaparece y la prisa se esfuma. Y ahí, sobre la C13 que va paralela al Río Orange y a la frontera sudafricana, justo después de Aussenkehr, la carretera se convierte en la versión terrenal del paraíso. Al lado izquierdo, Sudáfrica y su paisaje semi desértico; en la mitad el Río Orange con sus águilas, sus búfalos, sus kudúes, sus óryxes, sus gacelas saltarinas – o springboks en inglés -, sus babuinos y sus cocodrilos e hipopótamos ocasionales; y a la derecha, montañas de rocas y arena que se pierden en el horizonte y que dan inicio a la parte más árida del Desierto del Namib, que con más de 65 millones de años, es el más antiguo del mundo.

Río Orange en la frontera entre Sudáfrica y Namibia

Río Orange en la frontera entre Sudáfrica y Namibia

Entrada al Parque Nacional Richtersveld

Cañón del Río Fish en el Parque Nacional Richtersveld, Namibia

Cañón del Río Fish en el Parque Nacional Richtersveld, Namibia

Babuino en el Parque Nacional Richtersveld, Namibia

Parque Nacional Richtersveld

Parque Nacional Richtersveld

Parque Nacional Richtersveld

Parque Nacional Richtersveld
Las fotos claramente no le hacen justicia, pero es sin duda uno de los lugares más alucinantes que he visto. La zona, y en particular el Parque Nacional Transfronterizo de Richtersveld, fue declarada patrimonio de la humanidad por la Unesco y presenta unas formaciones rocosas similares a las que se encuentran en Marte – no lo digo yo, lo dice la Unesco… yo en Marte no he estado -. Además es alucinante ver cómo florece la vida gracias al Río Orange en medio de semejante aridez. Ahora, como dato curioso, el gobierno de Namibia controla el ingreso al Parque y es necesario registrarse a la entrada y a la salida… Uno llega al límite del parque y hay una barrera que no lo deja seguir. Uno se detiene, espera… espera otro poquito… espera un rato más y cuando se da cuenta de que la situación no es sostenible en el corto plazo, pita para ver si algo ocurre. Y sí, algo ocurre. Un señor sale de una pequeña caseta y se acerca al carro mientras se limpia los ojos y nos mira con desdén por haberlo despertado… Supongo que éramos los primeros especímenes que pasaban por ahí ese día. El buen fulano lleva un formulario en la mano, saluda y luego empieza la conversación:
Él: Good Morning! *Dice el buen señor mientras me mira con desdén*
Yo: Good Morning! *Sonrío*
Él: Where are you coming from?
Yo: From Springbok in South Africa
Él: And where are you going?
Yo: We’re going to Lüderitz
Él: Ok, citizenship?
Yo: We’re both Colombian
Él: Colombia… *piensa un poco*. Colombia, that’s in Europe *Dijo mientras marcaba la casilla de “Europa” en el formulario*. Ok, go on!
Y así, sin más, Colombia fue trasladada al viejo continente y mi amiga y yo terminamos con pasaporte europeo gracias a un buen guardaparques namibio. El punto es que la historia no termina ahí. A la salida del parque nuevamente tuvimos que registrarnos. La escena se repite, llegamos a la barrera, esperamos, esperamos otro rato y finalmente pitamos. Aquí no había un señor sino una señora… O al menos eso creemos porque tenía más barba y más bigote que yo… y lo peor, no se había afeitado en décadas. La señora emerge de su caseta, se acerca al carro y vuelve a empezar la conversación:
Ella: Good afternoon!
Yo: Good Afternoon!
Ella: How are you? It’s hot, isn’t it? *Dice ella mientras una gota de sudor escurría por su barba*
Yo: Yes, it’s hot! We’re on our way to Lüderitz.
Ella: That’s fine. Where are you guys from?
Yo: We’re from Colombia *Dije mientras esperaba con anticipación su comentario*
Ella: Colombia, that’s close to the United States, right?
Yo: Not close enough. Let me see your form
*Mientras ella me mostraba el formulario que tenía que llenar, me doy cuenta que las únicas opciones eran Namibian, Other African countries, Europe, Australia y USA. América Latina, Asia y el resto de Oceanía no existen para el Servicio de Parques Nacionales de Namibia… bueno saberlo. Sin ánimos de pelear y frustrado, la miro y le digo:
Yo: Yes, we’re from the United States.
Ella: Great! Have a wonderful day!
Fantástico. Entramos a Namibia siendo colombianos, luego al parque siendo europeos y salimos de él siendo gringos. No se pueden quejar de los niveles de internacionalización de este muchacho. Lo que sí es cierto es que los del servicio de parques aún deben estar buscando a los europeos que entraron y que nunca salieron…. deben creer que nos perdimos en las entrañas del Richsterveld. Ni modo, eso les pasa por eliminar a Colombia de la faz de la tierra.
Salimos del parque con nuestra nueva nacionalidad y continuamos primero hacia la localidad de Aus y, al salir del pueblo, la señal mágica:

Señal que prohíbe el ingreso a las áreas a lado y lado de la vía entre Aus y Lüderitz
Sí señores, uno puede ir de Aus a Lüderitz pero no se puede salir de la carretera. Puede parar a tomar fotos, pero no adentrarse más allá de un par de metros a lado y lado de la vía. ¿Por qué? Fácil, toda la ruta B4 entre Aus y Lüderitz atraviesa uno de los lugares más curiosos que he visto, el Sperrgebiet. ¿Y qué carajos es el Sperrgebiet? La palabra significa literalmente “la zona prohibida” en alemán y corresponde a un área de 26.000 kilómetros cuadrados – aproximadamente el tamaño de Macedonia, Rwanda o Haití – reservados por el gobierno en el sudoccidente de Namibia para la explotación de diamantes. Ahora, si bien sólo el 5% del Sperrgebiet está siendo explotado en la actualidad, se prohíbe el ingreso al resto del territorio porque toda la zona está llena de diamantes y, además a partir de 2004, el área fue convertida en un parque nacional. Les muestro imágenes del Sperrgebiet desde la carretera:

De camino entre el Parque Nacional Richtersveld y Aus

De camino entre el Parque Nacional Richtersveld y Aus

Vía entre Aus y Lüderitz con el Sperrgebiet a lado y lado

Vía entre Aus y Lüderitz con el Sperrgebiet a lado y lado

Vía entre Aus y Lüderitz con el Sperrgebiet a lado y lado

Vía entre Aus y Lüderitz con el Sperrgebiet a lado y lado
Faltando unos 20 minutos para llegar a Lüderitz y después de todas las aventuras del día recorriendo el desierto de Namibia, vemos una señal de tránsito que decía “Sand”. Y claro, yo me digo a mí mismo: “Mí mismo, ¿es necesario poner una señal que diga “Sand” cuando lo único que hay en este lugar es arena? Luego, otra señal que decía “Wind”… y ahí fue cuando todo tuvo sentido. Faltaba la cereza en la punta del pastel. De repente siento que el viento me empieza a mover el carro y cada vez es más difícil controlar el timón. Acto seguido, es tal la cantidad de arena que el viento trae hacia la carretera que me toca disminuir la velocidad para poder descifrar dónde está mi carril y no terminar con el motor del carro en la entrepierna después de haberme chocado contra alguna de las dunas que dominan el panorama. El viento es fuerte… muy fuerte. Tan fuerte que después nos daríamos cuenta que la arena se había incrustado en los vidrios del carro y ahora se veían puntitos por todas partes. Traté de tomar un video mientras conducía pero claramente ahí no se ve ni la cantidad de arena que atravesaba la carretera ni se siente la fuerza del viento en ese momento. Aún así, se los dejo para que se hagan una idea:

Vía entre Aus y Lüderitz con el Sperrgebiet a lado y lado

Tormenta de arena en la vía entre Aus y Lüderitz con el Sperrgebiet a lado y lado
Lüderitz, Namibia
En los últimos kilómetros antes de llegar a Lüderitz, el desierto se vuelve a transformar y Namibia se convierte en una especie de paisaje lunar donde las dunas se forman en medio de las rocas que dominan el paisaje. Sin lugar a dudas es el lugar más agreste que haya visto en toda mi vida, incluso más que las porciones del Sahara que conozco. Y claro, si a eso le suman un viento tan fuerte que hace que caminar sea casi imposible, lo único que uno puede pensar es “¿y yo en dónde diablos me vine a meter?”. Continuamos y de repente, en el lugar menos habitable posible y después de casi 10 horas de recorrido, aparece la ciudad de Lüderitz.
La primera sensación que uno tiene en Lüderitz es de incredulidad. Es difícil imaginar por qué demonios construirían una ciudad en la zona más hostil del desierto de Namibia. Es más, tan agreste es el área que, durante la ocupación alemana, el agua la tenían que traer por barco desde Swakopmund y, en la actualidad, la obtienen de unos depósitos subterráneos ubicados a más de 100 kilómetros de distancia. Pero no sólo es la ausencia de agua. La ciudad entera está construida sobre las rocas, al lado de una costa extremadamente agresiva, sin playas, sin puertos naturales y con unos vientos absolutamente inmanejables.
Aún así, ahí está. Pequeña pero imponente. Acabada y lúgubre pero hermosa. Sin mucha vida pero con demasiada historia. Un pueblo de 12.000 personas que se rehúsa a desaparecer a pesar de que sus años dorados se acabaron hace décadas. Y justo eso es lo que se ve en Lüderitz… los vestigios de un lugar que fue trascendental no sólo en la historia de África Austral sino del planeta entero. La Felsenkirche – o iglesia de piedra -, la más antigua del país, data de 1912 y se erige sobre una de las rocas más altas de la ciudad. En sus laderas, un par de cuadras con edificios tradicionales alemanes construidos durante la fiebre de los diamantes a partir de 1908 siguen intactos como aferrándose a una gloria que no volverá. Más abajo, cerca al mar, 2 restaurantes y un diminuto centro comercial tratan de darle vida a Lüderitz… Sin embargo, a pesar de que la ciudad es hermosa, agoniza al mismo tiempo. No hay cafés, no hay almacenes, no hay niños jugando en las calles. Es una suerte de enfermo terminal que se rehúsa a morir pero que no tiene las fuerzas para revivir… Es una ciudad en el limbo, una ciudad gris, una ciudad que se debate entre el ser y el no ser.
Y a pesar de todo, es una ciudad que invita a cubrirse, ponerse unas gafas – por aquello de no terminar con arena hasta en la entrepierna por el viento -, cerrar la boca – a no ser que les guste comer tierra – y caminarla por un par de horas. ¿Por qué? Varias razones: 1. Estoy seguro que se les olvidará que están en África. Todo en Lüderitz es tan extraño, lúgubre, desértico y alemán que su cabeza se desubicará geográficamente de la peor forma. 2. Volverán al pasado mientras ven, sienten, huelen y palpan este limbo extraño que es Lüderitz. Y 3. A pesar de que amarán Lüderitz, agradecerán no tener que vivir en ese lugar nunca jamás. Los dejo con algunas imágenes:
Y después de ver la ciudad, ustedes se preguntarán por qué afirmo que Lüderitz fue fundamental en la historia no sólo de África Austral sino del mundo… Les cuento. Resulta que hay 2 lugares importantes en las inmediaciones de Lüderitz: 1. Shark Island; y 2. El pueblo fantasma de Kolmanskop. Vamos con cada uno de ellos:
Shark Island, el primer campo de exterminio del mundo
La Isla Tiburón, conocida en inglés como Shark Island o en alemán como Haifischinsel, fue el epicentro del proceso de exterminio de las poblaciones Nama y Herero por parte del gobierno colonial alemán en África del Sudoeste – hoy Namibia -. A pesar de que yo ya les había hablado de este genocidio en la entrada titulada “Genocidios Olvidados: Alemania y el exterminio de las poblaciones Herero y Nama en Namibia“, la historia de Shark Island es tan, pero tan aterradora que merece que la volvamos a mencionar en esta entrada.
Ahora, si ustedes miran el mapa de la Isla Tiburón que les dejé arriba dirán: a este tipo ahora sí le dio diarrea mental porque la Isla Tiburón no es una isla sino una península. ¡Pues no! La isla fue justamente eso, una isla de aproximadamente 40 hectáreas hasta 1906 cuando fue unida artificialmente al territorio continental por el gobierno colonial alemán. ¿Pero por qué la unieron? Les cuento la historia:
Luego de que Lothar von Trotha – comandante alemán en África del Sudoeste – modificara la política de exterminio de los pueblos Nama y Herero a través de la prohibición de acceso a los pozos de agua en medio del desierto, el gobierno alemán decidió sacarlos por la fuerza de sus territorios y llevarlos a campos de concentración ubicados tanto en Windhoek – la capital -, como en las poblaciones de Swakopmund y Lüderitz. Pero el campo no estaba en Lüderitz sino en una isla frente a la ciudad conocida como Shark Island que resultó perfecta para enviar a los prisioneros de guerra Nama y Herero porque no tenía recurso alguno, el acceso era extremadamente complicado y, además, estaba muy vigilada por los soldados alemanes desde Lüderitz. Mejor dicho, la Isla Tiburón le había solucionado el problema a los alemanes.
Los Nama y Herero empezaron a llegar a la isla en 1904 pero la migración en masa comenzó en 1905. Durante el primer año, la falta de alimento, el frío extremo y los trabajos forzados en la construcción del ferrocarril que uniría a Lüderitz con el poblado de Aus generaron cerca de 200 muertos, la mayoría de ellos niños. Y como si ya esta cifra no fuera aterradora, en 1906 el gobierno alemán decidió cerrar el campo de concentración en Windhoek para impedir que hubiera grandes concentraciones de Namas en su ciudad capital. Así, la mayoría de los prisioneros fueron enviados a la Isla Tiburón donde se dedicarían a trabajos forzados que incluían la construcción del puerto de Lüderitz, la unión de la Isla con el territorio continental o la nivelación del terreno en la isla con dinamita, actividades que, sumadas a la poca comida que les daban, se tradujeron en altísimas tasas de enfermedades y muerte entre los prisioneros.
Para darles una idea de la gravedad de las condiciones a las que se veían expuestos los prisioneros en la Isla Tiburón, de los 2.000 Namas que fueron trasladados al campo de concentración en 1906, al final del año no quedaban más de 30. La isla tuvo durante este año una tasa de mortalidad de 8 personas por día. ¡A-TE-RRA-DOR! Es más, se estima que entre 1905 y 1907, tiempo en el que estuvo abierto el campo de concentración de Shark Island, la mayoría de los 7.682 Hereros y los 2.000 Namas que murieron a manos de los alemanes en África del Sudoeste, lo hicieron en la Isla Tiburón.
Tantas fueron las personas que murieron en la Isla Tiburón que cuando el Mayor Ludwig van Estorff cerró el campo de refugiados en 1907, el nombre con el que era conocido el lugar en las fuerzas armadas alemanas era “Isla de la Muerte”. Algunos historiadores incluso afirman que Shark Island no era un campo de concentración sino un campo de exterminio. Y para terminar, un último dato aterrador: los militares alemanes obligaban a las mujeres Nama y Herero a hervir las cabezas de los muertos en Shark Island – que en algunos casos eran incluso sus familiares – y luego limpiarlas y prepararlas para ser enviadas a las universidades en Alemania como parte del proyecto que pretendía demostrar la superioridad genética de la raza aria… Ya ustedes saben en qué terminó ese proyecto durante la Segunda Guerra Mundial, ¿cierto?
¿Y cómo no ir al lugar donde se construyó el primer campo de concentración y exterminio del mundo? ¿Cómo no ir a ese lugar que sirvió de campo de prueba para las prácticas utilizadas posteriormente en las peores guerras que ha vivido este planeta? Entonces, nos montamos en el carro y condujimos hasta Shark Island. Cuál sería nuestra sorpresa al ver que en el lugar no queda NADA. Ni siquiera hay una placa conmemorativa a los Nama y Hereros asesinados por los alemanes. Claro, lo que sí hay es placas a los alemanes ilustres de Lüderitz… Se conmemoran a los marineros que murieron en la ciudad, a los alcaldes, a los conquistadores… A cualquiera que sea blanco. Para los negros no hay conmemoración alguna. Además, donde antes moría gente, ahora hay un par de hoteles y un lugar para hacer camping entre las piedras. Mejor dicho, borraron la historia por completo… Al parecer los alemanes son buenos para eso. Les muestro.
Kolmanskop (Kolmannskuppe), el pueblo fantasma devorado por las dunas
Y llegamos a otro de esos lugares alucinantes que tanto nos gustan por estas tierras: el pueblo fantasma de Kolmanskop. Ubicado a unos 10 kilómetros de Lüderitz en dirección a Aus, el pueblo fue fundado en 1908 cuando un fulano alemán llamado Zacharias Lewala encontró el primer diamante en la zona. Y ahí empezó todo. La zona de Kolmanskop era tan rica en diamantes que algunas crónicas hablan de gente que iba con un balde recogiéndolos porque brillaban sobre la arena. Y claro, apenas se enteraron en Alemania de la existencia de diamantes en sus territorios africanos, un gran número de mineros alemanes llegaron a la zona y empezaron a explotarlos. Sin embargo, un par de meses después, el gobierno de Berlín creó la Sperrgebeit del que ya habíamos hablado y, con ella, limitó y reguló el acceso de los mineros al área.
Y ahora con la participación del gobierno alemán, se construyó en el lugar un pueblo llamado Kolmanskop que, para finales de 1910 concentraba la mayor cantidad de millonarios por kilómetro cuadrado del mundo. Y es que Kolmanskop no era un pueblo como cualquier otro. Ubicado en medio de las dunas del Desierto del Namib, se construyó manteniendo la arquitectura tradicional alemana. Era tal la cantidad de dinero que había que en menos de un año, Kolmanskop tenía un hospital, un salón de conciertos donde se presentaban los cantantes más famosos de Europa, una estación eléctrica, una escuela, un teatro, un salón de deportes, un casino, una pista de bolos, una fábrica de hielo, el primer tranvía de África y, tal vez lo más importante, la primera máquina de rayos X del hemisferio sur… Pero no crean que era para usarla cuando los mineros se partieran algún hueso… no señores. La máquina de rayos X se llevó a Kolmanskop para ser usada cada cierto tiempo en los mineros para asegurarse de que no se comieran los diamantes o se los incrustaran en pequeñas heridas que se hacían en la piel. Es más, a pesar de la máquina de rayos X, los mineros que terminaban de prestar sus servicios en Kolmanskop eran confinados en unos edificios en las afueras del pueblo durante 40 días en los que la administración alemana los inspeccionaba periódicamente y les revisaba las heces para asegurarse de que no hubiera diamantes en su interior. Y ustedes que creían que su trabajo apestaba, ahora imagínense el del pobre infeliz al que le tocaba revisarle la mierda a los mineros. Más bien no.
A pesar del éxito que había tenido Kolmanskop, la producción de diamantes empezó a decaer a partir de la Primera Guerra Mundial y en 1934, cuando se descubrieron diamantes mucho más grandes y más fáciles de extraer cerca de Oranjemund a unos 250 kilómetros al sur, Kolmanskop pasó a un segundo plano. Finalmente, las minas cesaron su producción por completo en 1954 llevando al abandono total del pueblo. Así, los edificios que alguna vez albergaron a excéntricos millonarios y famosos cantantes de ópera hoy han sido devorados por las dunas y han convertido a Kolmanskop en uno de los pueblos fantasmas más famosos del mundo. Lo que sí es cierto es que, a pesar de no haber durado más de 50 años, los diamantes de Kolmanskop financiaron gran parte de los gastos militares de Alemania durante las dos guerras mundiales. Ahí les dejo el dato.
Y para terminar, vamos con un par de lugares interesantes en las inmediaciones de Lüderitz que creo que vale la pena ver:
Punto de Díaz
Ubicado al otro lado de la bahía y a unos 20 minutos de Lüderitz se encuentra el Punto de Díaz, uno de los primeros lugares visitados por los portugueses en África Austral en su camino hacia la India. Famoso por ser el lugar de desembarco de Bartolomeu Díaz el 25 de julio de 1488, allí se encuentra una copia del crucifijo dejado por los portugueses y un faro que indica la presencia de rocas peligrosas para la navegación. Es además el lugar con las peores ráfagas de viento que he visto en mi vida.
Playa Agate
Para terminar, la única playa que existe en la zona de Lüderitz se llama Agate y queda a unos 15 minutos al norte del pueblo. La playa no es gran cosa y de hecho no creo que puedan meterse al mar sin que sus aparatos reproductores queden inservibles por cuenta de la hipotermia porque el agua es GÉLIDA. Y ustedes dirán, ¿entonces para qué carajos nos manda a ir allá? La respuesta es fácil. El camino a la playa está lleno de óryxes y gacelas saltarinas que merodean libres cerca de un lago al que no se puede entrar porque está en el Sperrgebiet. Mejor dicho, van, ven los animalitos desde el otro lado de la reja, se toman una foto en la playa y se van antes de morir congelados. Instrucciones claras y precisas para que no se quejen.
Y hasta aquí llegamos por hoy con nuestra visita a Lüderitz, Kolmanskop y variado lugar adicional en el extremo sur de Namibia. Espero que les haya gustado y háganme caso, a pesar de que Lüderitz sea un lugar rarísimo, vale la pena verlo… y sobre todo, vale la pena ver el camino para llegar a Lüderitz. Estoy seguro que no se arrepentirán.
Espero que les haya gustado la primera entrada de este año y, antes de irme, aprovecho para desearles a todos un 2016 lleno de felicidad, éxitos, salud y muchísimos viajes para que me llenen la bandeja de entrada del correo con muchas entradas para publicar en éste, su blog. No se les olvide seguirme en Twitter / Instagram / Facebook / Youtube, nos vemos en una próxima oportunidad y, como siempre, ¡adiós pues!
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