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Comoras, el país del que Dios se olvidó

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Comoras es un país extraño… extremadamente extraño. Tanto que, aún después de recorrer 85 países del mundo, Comoras es el único país que hasta el momento no he podido descifrar. Aún no sé si fui absolutamente feliz o si lo que sentía era una tristeza profunda de ver lo que me rodeaba. No sé si estaba en el siglo XXI o en el XVII o en un lugar donde el tiempo simplemente no es importante. Sabía que estaba en África pero faltaba esa vibra maravillosa que se siente apenas uno pisa el continente. Comoras se sentía extraña, distante, misteriosa, mágica, inexplicable… era como si hubiera entrado en un universo paralelo donde lo que es usual deja de serlo para dar paso a una realidad que me era completamente desconocida. Comoras es incomparable… y lo es porque es inexplicablemente única y particular. Para bien y para mal, Comoras es un universo en sí mismo, un lugar que se ha separado por completo de Occidente, Medio Oriente y África a pesar de ser una mezcla de los tres. Comoras para mí fue una gran incógnita… fue la materialización de lo desconocido y de lo incomprensible.

A Comoras fui con More. Ustedes ya han leído algunos de sus relatos sobre Escocia e Islandia en este blog. Lo curioso es que la percepción que tuvimos los 2 del país fue bastante similar. Los 2 estábamos desubicados, perdidos, desconcertados. Y entonces, como ninguno de nosotros dos entendió nada, no esperamos que ustedes lo hagan tampoco. Lo que sí vamos a intentar en este espacio es transmitirles un poco de esos sentimientos y sensaciones que nos produjo el país más raro que hayamos visitado hasta ahora. Ese país tan aislado y particular que da la impresión de haberse separado del resto del mundo. Ese país tan ausente que da la impresión de haber sido olvidado por Dios. Es una frase muy fuerte… lo sé, pero es lo que sentimos durante el tiempo que estuvimos allá. Traigan café y acomódense. Vamos a ver qué tal sale esto. Con ustedes, una entrada a 4 manos y a 3 ojos (eso lo dice More mientras se caga de la risa al saber que su ojo izquierdo es como ella, disfuncional) sobre nuestro viaje a las Islas Comoras.

Mapache:

Acababa de empezar 2018, eran las 10 pm y estábamos abordando un pequeño avión de Kenya Airways en Nairobi con destino al Aeropuerto Internacional Príncipe Saïd Ibrahim en Moroni, Comoras. Luego de hora y media de vuelo y una que otra turbulencia, el piloto empieza el descenso hacia Moroni. Antes de aterrizar justo sobre la media noche, el avión sobrevuela Moroni, miro por la ventana y veo algunas luces esparcidas por la isla. No hay señales de las grandes concentraciones de luces que se ven antes de aterrizar en la mayoría de capitales del mundo. No, Moroni estaba en la más absoluta oscuridad. Era como si abajo no estuviera la capital de un país… o como si esa capital se fuera a dormir con luces y todo. No se veían carros dirigiéndose hacia el aeropuerto, no se veían edificios, no se veían luces en el puerto… nada. Mi primer contacto con Moroni fue con una ciudad fantasma. Incluso podría decir que mi primer contacto con Moroni fue con la ausencia misma de Moroni.

Aterrizamos y me doy cuenta que sólo unas 15 personas nos bajamos del avión mientras que el resto seguirían hacia Antananarivo en Madagascar. Y aquí vendría el segundo contacto con Comoras. Apenas crucé la puerta del avión, los 39 grados de Moroni con su 95% de humedad me golpean en toda mi humanidad. Yo tenía puestos una camiseta y unos jeans. La ropa queda inmediatamente lavada en sudor. Recuerdo que mientras caminaba hacia la terminal del aeropuerto, me miré los brazos y estaban completamente mojados. Esa sería la constante en Comoras: uno suda… uno suda todo el tiempo, a todas horas y por todas partes. Y aquí aprovecho para contarles. El nombre de “Moroni” en idioma comorense significa literalmente “en el corazón del fuego” o, en una traducción un poco menos estricta, “infierno”. Claro, el nombre hace referencia a la ubicación de ciudad sobre el Karthala, uno de los volcanes activos más grandes del mundo, sin embargo, según los habitantes de Moroni, a la ciudad se le llama “infierno” porque está ubicada sobre la costa occidental de la Isla de Gran Comora, la zona más caliente y húmeda del país. Y sí, era más caliente y húmeda que cualquier lugar que jamás haya visitado. ¡Bienvenidos a Moroni! *Suda*

2017.12.26 Antananarivo, MG (36)
Vista de la costa occidental de la Isla de Gran Comora en un vuelo anterior con destino a Antananarivo, Madagascar
2017.12.26 Antananarivo, MG (38)
Aeropuerto Internacional Príncipe Saïd Ibrahim de Moroni, Comoras desde el aire
2017.12.26 Antananarivo, MG (39)
Cráter del Volcán Karthala en la Isla de Gran Comora
2018.01.05 Moroni, KM (1)
Aterrizando en Moroni a la media noche
2018.01.05 Moroni, KM (2)
Aterrizando en Moroni a la media noche

Entramos a la terminal del aeropuerto y, como si eso fuera posible, adentro hace más calor… MUCHO más calor. Una señora musulmana con su cabeza cubierta me pasa los formatos que hay que diligenciar para solicitar la visa. Los lleno y paso a la ventana de inmigración. Le entrego mi pasaporte al buen señor que me saluda en francés. Él mira mi pasaporte, luego me mira a mí, luego vuelve a mirar mi pasaporte y me dice: “Tú eres nuestro primer colombiano, bienvenido”. Sonrío y le doy las gracias mientras pensaba que esa afirmación probablemente no era verdad. Él me pregunta por el motivo de mi viaje. Yo contesto: “Turismo”. Él me mira con cara de confusión. No entiende. Me pregunta: “¿Turismo?”. Le digo: “Sí, turismo”. Él sigue sin estar convencido. Aparentemente por esas tierras no llega mucho turista. Me pide los €30 de la visa. Se los entrego. Me toma las huellas y 5 minutos después, tenía una visa verde que decía “Union des Comores” en mi pasaporte y que me permitía estar en el país por 45 días. Mi estancia ya era legal en ese rincón perdido en medio del Canal de Mozambique.

Ya al otro lado y mientras espero que mi amiga pase migración, decido ir al baño. Miro a mi alrededor y no veo un baño por ninguna parte. Pregunto y me dicen que el baño está antes del control migratorio. Empiezo a insultar al mundo por no poder ir al baño cuando el fulano me dice “vaya”. Lo miro con cara de confusión y le digo “pero si ya pasé migración”. Él me dice “no importa, vaya”. Vuelvo a cruzar el control migratorio, voy al baño y luego vuelvo y paso como Pedro por su casa. Es Comoras. Aquí no importa si uno ya pasó migración o no… uno va y viene por el aeropuerto a su antojo. Luego sigue el control de aduanas. Un buen señor de unos 60 años se para al lado del equipaje, mira el pasaporte, nos mira a nosotros, sonríe y nos dice “bienvenidos”. Difícilmente se le puede llamar a eso “control” de aduanas pero no iba a ser yo el que solicitara una requisa exhaustiva de mi equipaje. Entre menos tiempo pasara a las temperaturas infernales de ese aeropuerto, mejor.

More:

Creo que fui consciente del lugar a dónde iba cuando el Mapache me preguntó: “¿Qué fue lo que trajo en ese morralito para cambiarse en el avión? Éste es su primer país musulmán, ¿verdad?” Yo, que a estas alturas de la vida, apenas he pisado 28 países en 4 continentes, y que venía de besar jirafas en un vestidito manga sisa, escotado y arriba de la rodilla, estaba completamente exhausta. Agradecida por tener quien me orientara en el protocolo correcto, le respondí que traía un pantalón, un saco veranero, una blusa y una pashmina delgada. El me recordó que, si bien no hacía falta cambiarme completa, me asegurara de tener rodillas y hombros cubiertos. Me dijo que tranquila que aterrizábamos en la madrugada, y a esa hora nadie se iba a fijar si la ropa me combina. Contrario a mi intención inicial de cambiarme completamente, me puse el pantalón debajo del vestido, me puse el saco veranero encima y me amarré un trapito al cuello.

Aterricé en Comoras adormilada y pasmada del calor y la humedad. He estado en invernaderos húmedos a altas temperaturas, he estado metida en cultivos, con botas y ropa de trabajo en campo, he estado en lugares muy húmedos en Colombia y en otros lugares del mundo. Puedo decir con certeza absoluta que jamás en la vida había sentido tanto calor, y sobre todo tanta humedad como en Comoras, y desde el mismo momento que descendimos del avión.

Iba como un ente en ese aeropuerto diminuto en donde apenas les entendía el francés a estas personas que me sonreían, mientras el Mapache entraba y salía de inmigración con cara de mal genio y yo sin entender absolutamente nada. Escasamente atiné a pagar mi visa y a saludar al señor que revisaba mi pasaporte. Salí de inmigración y ya mi maleta me esperaba y otro señor me preguntaba cosas. Ni sé. Completamente desubicada. El letargo y la sensación de andar en cámara lenta que sentía en esos instantes (además del calor y la humedad), me acompañaron durante los días que estuvimos allá.

Mapache:

Salimos del edificio del aeropuerto mientras le rogábamos a todas las deidades del cielo que el hotel se haya acordado de nosotros y nos haya enviado al conductor a recogernos. Ya en Antananarivo nos habían dejado esperando y conseguir un taxi fue toda una odisea que nos tomó media hora de deliberaciones para asegurarnos que el taxi que tomábamos era legal y que no nos estaba estafando. En Moroni, a la 1 de la mañana, a 40 grados y con una humedad del demonio no queríamos pasar por lo mismo. Y menos mal vimos a un señor con un papelito con el nombre del hotel que nos estaba esperando porque, como es Comoras, taxis no había en el aeropuerto. No señores, ni un solo taxi. Y aquí la primera recomendación: o uno soluciona el transporte desde antes o se queda a dormir en el aeropuerto a 40 minutos al norte de Moroni hasta que el mundo se despierte y algún alma caritativa vaya a recogerlo.

Caminamos hacia el carro del buen señor mientras sudábamos por partes del cuerpo que no sabíamos que podían sudar. Era una SUV grande todoterreno gris. Lo primero que hago es revisar la matrícula del carro – y esto es culpa de Diego González del Blog de Fronteras que ahora me tiene enviándole fotos de matrículas de cuanto país visito -. Y sí, ahí estaba: la media luna y las 4 estrellas de la bandera de Comoras aparecían en las matrículas de los carros. Era una de esas cosas que le alegran el día a un ñoño de las banderas como yo. Y aquí otro dato curioso. Resulta que la media luna en Comoras tiene dos significados. Por un lado, la media luna empezó siendo el símbolo del Imperio Otomano y posteriormente, especialmente en el siglo XIX, se extendió su uso como símbolo del Islam, la religión mayoritaria en Comoras. La versión original tiene una media luna y una estrella de 5 puntas – que en realidad no es una estrella sino el planeta Venus -… Algo así: ☪. Pero en la bandera de Comoras se conserva la media luna y en lugar de una estrella, hay 4 para representar a cada una de las 4 islas del Archipiélago: Mohéli, Anjouan, Gran Comora y Mayotte. Ésta última administrada por Francia pero como es reclamada por las Comoras, pues la incluyeron en la bandera. El segundo significado se deriva del nombre mismo del país. La palabra “Comoras” proviene del árabe قمر (qamar) que significa “luna”. Y sí, cuenta la leyenda que cuando los árabes llegaron por primera vez al archipiélago, lo hicieron en una noche de luna llena y eso los llevó a bautizarlo como las “Islas de la Luna”. Abajo les muestro una matrícula comorense… Luego me daría cuenta que los carros oficiales tenían matrículas diferentes con la bandera y todo. Se las dejo a continuación:

2018.01.05 Moroni, KM (24)
Matrícula de la Unión de las Comoras
2018.01.05 Moroni, KM (276)
Matrícula oficial del Gobierno de las Comoras

Nos montamos al carro y, para alegría de todos los presentes, había aire acondicionado. Y así empezamos el recorrido de unos 40 minutos hasta el hotel en Moroni. La impresión desde abajo era la misma que había tenido desde el avión: la absoluta inexistencia de vida o forma alguna de civilización durante buena parte del trayecto. Moroni y sus alrededores dormían en un sueño tan profundo que hacía que sus visitantes se cuestionaran incluso de su existencia. La Ruta Nacional 1 que conecta el aeropuerto con la ciudad era una vía muy angosta llena de desniveles y uno que otro hueco que se hacía camino entre pequeños poblados de casas sin acabar. No había iluminación de ningún tipo más allá de las luces del carro así que era difícil ver lo que había afuera. Los únicos habitantes que vimos en el recorrido fueron algunos grupos de cabras que, con ínfulas de suicida, se atravesaban en la carretera raudas y veloces mientas nuestro conductor trataba de esquivarlas. Y sí, Comoras es la tierra de las cabras. Aquí no hay perros o gatos callejeros, bueno, gatos vimos 2… Aquí lo que hay son cabras. Y es muy raro porque a pesar de que están en todas partes, en ningún lado vimos carne de cabra en el menú. Son únicamente un elemento de decoración.

Pero volvamos a lo que nos concierne. Mientras íbamos de camino al hotel, More y yo mirábamos afuera como tratando de entender lo que estaba pasando y luego nos mirábamos el uno al otro. Comoras era un lugar extraño. La energía que se sentía era rara, no había sabor, no había vibra, se percibía como un lugar muerto. Pensé que podría ser porque estábamos recorriéndolo durante la madrugada… eso lo explicaría todo. Habría que esperar al día siguiente para confirmar la teoría. Finalmente llegamos al hotel y, luego de los problemas de siempre, Moroni nos recibió con uno de sus famosos y frecuentes aguaceros donde el cielo simplemente se cae. Desde la habitación se vio algo así:

More:

Camino al hotel desde el aeropuerto, se sentía como una ciudad fantasma de esas del viejo oeste, solo que no había bolas de heno, había cabras. Cabras en todas partes, en las calles, caminando por ahí, tan campantes, a la 1.30 a.m.. No había gente, no había alumbrado público, casi ni se veían luces, y no sabía uno si las casas que se veían regadas por ahí estaban abandonadas o no. Nunca supe si era el cansancio mío o si realmente el lugar andaba en cámara lenta. El caso es que el recorrido del aeropuerto al hotel se me hizo infinito, igual del infinito que el regreso al aeropuerto el día que me fui.

Antes de entrar en nuestras actividades de exploración (no sé si lo que hicimos realmente cuenta como turismo), quiero dejar claro que sólo conocí un lugar frío en Comoras; nuestro cuarto de hotel. Por primera vez en mi vida sentí una gratitud absoluta e infinita con la ciencia y la tecnología por la existencia del aire acondicionado. Salíamos del cuarto y mis gafas, el lente del celular, el lente de la cámara, todo se empañaba y se condensaba. Horrible. Salía a desayunar con el pelo seco y en 10-15 minutos ya se veía como si me lo hubiera acabado de lavar. Aún así, el primer día nos lanzamos a caminar bajo la humedad infernal y todos los grados del mundo que daban sensación térmica aún más inmanejable (aunque estaba nublado y lloviznaba).

Mapache:

Amaneció al día siguiente y era hora de salir a caminar por Moroni. Tengo que confesar que mientras organizaba el viaje, Comoras era el país que más curiosidad me daba… Era el único donde no sabía qué esperar y se me presentaba completamente enigmático. Bueno, pues había llegado el momento de descifrar el enigma. Pantalones cortos para no morir chamuscados en vida, camiseta, zapatos tenis porque uno nunca sabe qué va a pisar – y fue una buena opción… More fue en sandalias y duró todo el día pisando sustancias extrañas que se habían acumulado en las calles de Moroni después de la lluvia de la noche anterior… le hubieran visto la cara, era para cagarse de la risa -, un par de botellas de agua y ¡a caminar! El recorrido era más o menos el siguiente desde el hotel hasta el mercado de Volo Volo en el centro de Moroni… obviamente, parando en todas partes para ver lo que la ciudad nos mostrara en el camino.

Como pueden ver en el mapa anterior, Moroni no es muy grande. De sur a norte, la ciudad se recorre en más o menos una hora caminando. En realidad, con sólo unos 80.000 habitantes, Moroni más que un ciudad es un pueblo grande. De hecho es la tercera capital menos poblada de África después de Victoria en Seychelles y Banjul en Gambia. Salimos del hotel y lo primero que me llama la atención es la permanente capa de nubes y niebla que se posa sobre el Volcán Karthala las 24 horas del día. A pesar de que su cráter está a 2.360 metros de altura, durante los 3 días que estuvimos en Moroni nunca vimos la montaña más allá de los 400 metros de altura porque siempre estuvo cubierto por nubes. Pero no son nubes blancas, no. Son nubes grises que empiezan en la montaña y se esparcen no sólo sobre Moroni sino que también se internan en el mar. Con esto, la ciudad se percibe lúgubre y oscura. Es como si el sol no brillara nunca, como si hubiera una ausencia de luz.

2018.01.05 Moroni, KM (5)
El “nuevo” Parlamento de Comoras (construido por China) con las nubes sobre el Karthala en la distancia
2018.01.05 Moroni, KM (25)
Las nubes sobre el volcán Karthala en la distancia
2018.01.05 Moroni, KM (38)
El Volcán Karthala cubierto por las nubes sobre el centro de Moroni

Caminamos desde el hotel hacia la vía principal que va a Moroni y lo primero que encontramos es el Parlamento (arriba les dejé la foto). Un edificio que solía ser blanco pero, como todo en Moroni, por la lluvia y la humedad ahora tiene manchas grises y cafés por toda la fachada. Se ve acabado, como en ruinas. Al lado, una mezquita gigante en las mismas condiciones con la pintura cayéndose de sus minaretes. Continuamos el camino a la ciudad y vemos que las aceras son intermitentes. Están frente al parlamento y a la mezquita pero luego desaparecen para convertirse ya sea en un lodazal o en una mini selva donde el pasto llega al metro de altura. A lado y lado de la vía, la mayoría de casas están sin terminar. Todas fueron blancas en algún momento pero ahora la pintura se cae y dan la impresión de estar abandonadas. Ocasionalmente aparece algún negocio… primero un banco, luego un pequeño supermercado, luego una escuela de inglés. Se ven también letreros de restaurantes, pero son sólo eso, letreros. Los restaurantes dejaron de existir hace años ya. Los negocios son escasos mientras lo que sí abunda son ventas callejeras en medio del barro junto a la vía. Señoras con sus cabezas cubiertas por un velo se sientan sobre ladrillos o piedras al lado de la calle y venden frutas, dulces o bebidas. Generalmente bajo los árboles para ocultarse del tímido sol que se cuela entre las nubes grises

2018.01.05 Moroni, KM (6)
Mezquita al lado del parlamento en Moroni
2018.01.05 Moroni, KM (7)
Ventas de frutas sobre la “acera” al lado de la vía principal hacia Moroni
2018.01.05 Moroni, KM (8)
Escuela de inglés
2018.01.05 Moroni, KM (10)
Vía hacia Moroni
2018.01.05 Moroni, KM (4)
Y esto lo he visto en muchas capitales africanas… El terreno donde se construirá algún día la Embajada de Libia. Es curioso.

La caminata continúa y a medida que uno se acerca al centro de Moroni empiezan a aparecer las oficinas del gobierno. Primero la oficina de meteorología, luego la de aviación civil, luego las aduanas, luego el estadio, luego el puerto. Entre ellos, alguna farmacia, una escuela, el estadio y la Oficina Nacional de Turismo que es, de hecho, uno de los pocos edificios que se encuentra en buen estado en Moroni. Emocionados porque finalmente nos dirían qué ver en la ciudad, entramos a la oficina. Una joven se levanta de su silla junto a la puerta y se mete detrás del mostrador para atendernos. Le pedimos información, ella sonríe y nos saca un mapa de Moroni donde lo único que estaba señalado era la Medina en el centro. Pensamos que nos iba a regalar el mapa… ella dice no, son 6 euros. ¡Deje así! El mapa de Google Maps que teníamos en el celular tenía mucha más información. Ella se frustra, saca otro mapa de las 4 islas de las Comoras que era tan diminuto que había que tener lupa para leer lo que decía y nos dice: “éste es gratis”. Lo tomamos, le damos las gracias y salimos de ahí sin información valiosa alguna para nuestro día en la ciudad. Conclusión: Ni la oficina de turismo sabe qué hacer en Moroni. Jodidos.

Continuamos la caminata y la vía empieza a descender por una pequeña colina. Abajo, el gran fortín que es la Embajada de Francia y al lado, la vía completamente inundada por el aguacero de la noche anterior. Era imposible pasar sin terminar lavados de pies a cabeza, no sólo por el agua estancada sino por los carros que pasaban salpicando agua por todas partes. Después de analizar la situación, nos damos cuenta que ya los comorenses habían solucionado el problema. Una serie de ladrillos y piedras habían sido estratégicamente ubicados en la parte más alejada de la vía y se podía pasar saltando de piedra en piedra cual conejo por la vida. Les muestro:

2018.01.05 Moroni, KM (11)
Dirección Nacional de Meteorología de Comoras
2018.01.05 Moroni, KM (12)
Estrategia Nacional para el Retorno de Mayotte
2018.01.05 Moroni, KM (13)
Colegio Saïd Mohamed Cheikh en Moroni
2018.01.05 Moroni, KM (14)
Inundación frente a la Embajada de Francia
2018.01.05 Moroni, KM (15)
Inundación frente a la Embajada de Francia
2018.01.05 Moroni, KM (17)
Las piedras y ladrillos que permiten cruzar la inundación
2018.01.05 Moroni, KM (18)
Vicepresidencia de Comoras
2018.01.05 Moroni, KM (19)
La media luna y las 4 estrellas, el símbolo de Comoras, en uno de los portones de la ciudad
2018.01.05 Moroni, KM (20)
Agencia Nacional de Aviación Civil
2018.01.05 Moroni, KM (21)
Oficina Nacional de Turismo
2018.01.05 Moroni, KM (23)
Oficina Nacional de Turismo
2018.01.05 Moroni, KM (140)
El Estadio Nacional de Moroni con sus pequeñas ventanitas que sirven de taquilla para comprar las entradas

More:

Ese primer día salí con la cabeza cubierta, uno a veces como que no entiende las cosas a las que nos tenemos que someter las mujeres. Bueno, yo como mujer, que ni nací ni crecí en Comoras y que extrañaba mis vestiditos de verano y shorts, porque qué calor y qué humedad, no tenía ni idea del protocolo de vestimenta. Creo que más me demoraba yo en sudar el agua que ingiriéndola, pero sobreviví. Ver a las mujeres con sus caras pintadas con una pasta de cúrcuma, y sus trapos hermosos, ver a los hombres con sus sombreritos y sus callos en la frente (que se forman después de años de poner su frente en el suelo 5 veces al día para rezar) y oír las explicaciones del Mapache, me distraían suficiente como para olvidar por horas las incomodidades y las inclemencias del clima. Mi ñoña interior estaba emocionada. Yo miraba todo curiosa, respetuosa e incluso sorprendida, mientras que me sentía absolutamente observada por toda la gente incluso hasta por las benditas cabras. La verdad es que todos nos miraban, porque aún a pesar de nuestro color dorado bronceado (cortesía del uso excesivo de bloqueador en Seychelles), seguíamos siendo de un tono completamente ajeno a ese lugar. Y pues hablar en español por la única vía que da la vuelta a la isla hace que la gente se percate del hecho que eres bastante diferente. Ni qué decir de mi falta de gracia al tratar de andar por ahí con la cabeza cubierta.

En el camino a la ciudad, pasamos por una serie de mezquitas, diminutas y antiguas. La marea estaba baja ese primer día y todo se veía como detenido en el tiempo, como congelado, como abandonado. El ocasional carro y la gente que pasaba, los niños jugando fútbol frente al ministerio de finanzas, nos recordaban que había vida y movimiento en ese lugar. Caminábamos con un mapa del lugar y sin tener claro qué encontraríamos. Y caminando por ahí, nos topamos con una valla que exclamaba que Mayotte (una isla del archipiélago que sigue siendo francés) era y siempre sería comorense, valla ubicada en la vía principal y a poca distancia de la enorme y amurallada Embajada de Francia. La cosa política desde el puro principio ahí en exhibición.

2018.01.05 Moroni, KM (138)
Oficina Nacional de Aduanas
2018.01.05 Moroni, KM (139)
Entrada al Puerto de Moroni
2018.01.05 Moroni, KM (32)
Estación de Gasolina del Puerto
2018.01.05 Moroni, KM (34)
Plaza de la Unión Europea en Moroni
2018.01.05 Moroni, KM (29)
Paseo Marítimo de Moroni
2018.01.05 Moroni, KM (30)
Paseo Marítimo de Moroni
2018.01.05 Moroni, KM (31)
Paseo Marítimo de Moroni
2018.01.05 Moroni, KM (39)
Antigua Mezquita del Viernes en Moroni
2018.01.05 Moroni, KM (42)
Antigua Mezquita del Viernes en Moroni
2018.01.05 Moroni, KM (47)
Antigua Mezquita del Viernes en Moroni
2018.01.05 Moroni, KM (55)
Antigua Mezquita del Viernes en Moroni
2018.01.05 Moroni, KM (56)
Antigua Mezquita del Viernes en Moroni
2018.01.05 Moroni, KM (66)
Mezquita en Moroni
2018.01.05 Moroni, KM (67)
Antigua Mezquita del Viernes en Moroni
2018.01.05 Moroni, KM (72)
Antigua Mezquita del Viernes en Moroni
2018.01.05 Moroni, KM (71)
Valla que reclama la Isla de Mayotte para Comoras
2018.01.05 Moroni, KM (117)
Valla que reclama la Isla de Mayotte para Comoras
2018.01.05 Moroni, KM (116)
Monumento a la Independencia de Comoras
2018.01.05 Moroni, KM (74)
Monumento a la Independencia de Comoras
2018.01.05 Moroni, KM (77)
Cancha de fútbol con el Ministerio de Finanzas al fondo
2018.01.05 Moroni, KM (76)
Ministerio de Relaciones Exteriores de Comoras
2018.01.05 Moroni, KM (75)
Consejo de la Isla Autónoma de Gran Comora

Conforme andábamos, la presencia de basura (así como la ausencia de canecas), y la pobreza masiva (Comoras es uno de los lugares más pobres del mundo) se hacían visibles. No había un cajero electrónico a la vista, encontramos un solo banco que estaba repleto, y luego de mucho andar (que quizás no fue tanto, sólo que el calor y el hecho que el tiempo se detiene), llegamos al mercado de Volo Volo, que a mí me pareció espléndido, con sus costales llenos de granos y especies, la gente con sus túnicas, y todo tan exótico y tan normal, porque al fin y al cabo es un lugar que te es familiar. El mercado estaba ahí en todo su esplendor, con todos sus olores y colores, los que son conocidos para uno y los que son ajenos. Ahí compramos sendas botellas de agua, quizás las botellas de agua más caras que habíamos comprado en nuestras vidas, sólo que fue la única manera que encontramos de cambiar algo de dinero porque tampoco parecía que en esa isla se estilara el pago con tarjeta. Como andábamos de exploración y teníamos fe de poder cambiar dinero, pues nos habíamos confiado. La botella de agua nos supo a gloria, así estuviera a temperatura ambiente (es decir tibia e inmunda). Lo que son las percepciones y la oportunidad al momento de consumir.

2018.01.05 Moroni, KM (78)
De camino al Mercado de Volo Volo
2018.01.05 Moroni, KM (79)
Escultura en medio de la vía
2018.01.05 Moroni, KM (80)
Llegando al Mercado de Volo Volo
2018.01.05 Moroni, KM (82)
Mercado de Volo Volo
2018.01.05 Moroni, KM (83)
Mercado de Volo Volo
2018.01.05 Moroni, KM (84)
Mercado de Volo Volo
2018.01.05 Moroni, KM (85)
Mercado de Volo Volo
2018.01.05 Moroni, KM (86)
Mercado de Volo Volo
2018.01.05 Moroni, KM (191)
Mercado de Volo Volo

Así se nos pasó buena parte de la mañana y tuvimos que buscar el único café medianamente decente (de los que venían recomendados por quienes habían pasado ya por ese lugar olvidado). Allá volvimos a cambiar plata y además tuvimos la oportunidad de probar el mejor pan de chocolate de la isla. Había olvidado esa textura tan extraña que adopta el hojaldre en los sitios húmedos.

Mapache:

La ciudad había cambiado. Pasamos de la zona gubernamental con edificios llenos de árboles y palmeras, amplias calles, pequeñas plazas, uno que otro monumento y la vista del mar al fondo a una ciudad mucho más densa, más caótica, más vibrante… si es que esa palabra se puede usar en Moroni. Ahora las casas estaban juntas, los árboles escaseaban y había ventas callejeras por todas partes. Almacenes de ropa, talleres de carros, un hospital gigante y cientos y cientos de negocios informales a lado y lado de la carretera. Ahora había gente caminando, mujeres con sus túnicas y sus niños, hombres rebuscándose el sustento… era el diario vivir de Moroni, la ciudad real, la de todos los días. Nos llama la atención la pobreza y la basura que se ven por todas partes, pero aún  así, ni un solo mendigo. A diferencia de Madagascar donde es imposible escapar de ellos porque te siguen 24 horas al día, Moroni era diferente. No se veían niños abandonados en las calles, no había perros callejeros y, aparte de las omnipresentes cabras, nadie te molesta, nadie te habla… sólo te miran con cara de “¿tú quién eres y qué haces aquí?”. Es un país sin turistas y la visión de dos pseudo blancos caminando por ahí sin duda llama la atención.

Como dijo More, el mercado es particular. Es un lugar curioso. Se siente vibrante y desesperanzador al tiempo. Hay vida, hay movimiento, hay color, hay olores y sabores, hay basura por todas partes, pero aún así, es un lugar que se percibe triste. Ha pasado medio día y estos dos adictos al café sólo tienen el del desayuno en su organismo… empieza la crisis porque sí, incluso a 40 grados uno necesita café para funcionar. More busca en su excel (porque ñoñas en la vida y ella) y dice que la Pâtisserie Nassib es el mejor lugar para tomar café en la ciudad. Lo encontramos a una cuadra del mercado sobre la vía principal. Entramos, nos sentamos y la fauna silvestre hace su aparición: moscas, moscas y más moscas por todas partes. Sobre nosotros, en la mesa, volando… las moscas se habían tomado el lugar. Llega el mesero y le pedimos dos cafés latte. No señores, en Comoras no hay de eso. “Seulement espresso”, nos dice. Pedimos dos expressos (porque no hay más) y More pide un pan de chocolate (del que se quejaría durante la siguiente media hora diciendo: bastante optimista el que dijo que éste era el mejor pan de chocolate de la ciudad).

Pero la Pâtisserie Nassib fue curiosa por otra razón además de la ausencia de café lattes, el exceso de moscas y el pan de chocolate deficiente. El mesero. Sí señores, el mesero además de ser extremadamente amigable (algo que hasta el momento no habíamos visto en Moroni), era evidentemente gay. Era algo extraño, no nos cuadraba un gay en un país tan religioso y conservador como Comoras. Pero ahí estaba él, siendo él mismo… tanto que en un algún momento se alejó a una esquina y duró unos 10 minutos hablando con el que asumimos era su novio. Sin problema, sin segregación, sin agresión. Él era él y ya está. Eso nos llevó a tener una larga discusión sobre lo difícil que debe ser gay en un país como Comoras… Porque claro, no creo que Grindr funcione muy bien por esas tierras y la aceptación familiar debe ser algo más que complicada. Pensamos en preguntarle pero al final desistimos. No sabíamos cómo lo iba a tomar así que dejamos eso así.

More:

Con esa corta pausa, recuperamos energía para hacer un segundo recorrido por el mercado y seguir atravesando la ciudad a ver qué encontrábamos. Vimos un consulado de España, que no sé si estaba abandonado o no. Y nos encontramos con unos grafitis que honestamente me sorprendieron gratamente. No esperaba encontrar arte callejero así en ese lugar. Es que, hasta la Alianza Francesa, que es tan bonita en cualquier lugar del mundo, allá era triste, sucia y medio abandonada.

2018.01.05 Moroni, KM (90)
Consulado honorario de España en Moroni
2018.01.05 Moroni, KM (91)
Consulado honorario de España en Moroni
2018.01.05 Moroni, KM (92)
Centro de Salud
2018.01.05 Moroni, KM (93)
Las omnipresentes cabras de Moroni
2018.01.05 Moroni, KM (94)
Basura sobre la costa frente a la Alianza Francesa
2018.01.05 Moroni, KM (97)
Desde el café de la Alianza Francesa
2018.01.05 Moroni, KM (98)
Arte callejero en Moroni
2018.01.05 Moroni, KM (101)
Arte callejero en Moroni
2018.01.05 Moroni, KM (102)
La costa sobre el Índico
2018.01.05 Moroni, KM (103)
Basura y más basura en la costa sobre el Índico
2018.01.05 Moroni, KM (104)
La costa sobre el Índico
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Otra constante en Comoras: carros abandonados al lado de la vía por todas partes
2018.01.05 Moroni, KM (108)
La costa sobre el Índico
2018.01.05 Moroni, KM (109)
Universidad de las Comoras en Moroni
2018.01.05 Moroni, KM (110)
La costa sobre el Índico
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“Amemos nuestro país, cuidemos lo nuestro”
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Y más basura en la costa sobre el Índico
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Facultad de Estudios Islámicos de la Universidad de las Comoras en Moroni
2018.01.05 Moroni, KM (115)
Facultad de Estudios Islámicos de la Universidad de las Comoras en Moroni

Nos pasamos el día entero caminando Moroni y explorándola, y tuve la oportunidad de entrar a mi primera mezquita. Fue algo mágico. En la mañana habíamos pasado y estaba todo cerrado, y ahora estaba abierto, con algo de vida, y además me dieron permiso de entrar (no contaba necesariamente con eso). La mezquita del viernes de Moroni es una mezquita diminuta y bonita que data del siglo XV, con bellísimas puertas de madera talladas y vista al mar. Todos los lugares de culto, sin importar la religión, me generan un sentimiento de respeto y reverencia. Este quizás más. No sé si eran los hombres que estaban ahí rezando, la antigüedad de la mezquita, la amabilidad del hombre que nos señalaba los detalles de la madera tallada. Hace años un amigo acuñó el adjetivo *bonitomelancólicotriste*. Exactamente eso sentí ahí, y en muchos otros lugares de Comoras. Y como en todo lugar sagrado que he visitado en la vida, la energía sí es distinta, más solemne, más bonita, como que puedes pensar con claridad, así sea brevemente.

2018.01.05 Moroni, KM (133)
En el interior de la Antigua Mezquita del Viernes
2018.01.05 Moroni, KM (134)
En el interior de la Antigua Mezquita del Viernes
2018.01.05 Moroni, KM (135)
En el interior de la Antigua Mezquita del Viernes

Después de eso, el camino de regreso al Hotel se sintió muy largo. Paramos en un lugar en busca de café, y sólo conseguimos helado, que igual recibimos con agradecimiento porque cualquier cosa con tal de no deshidratarnos. Y sí, ocurrió el karma de cualquier latinoamericano en otras latitudes: Sonó Despacito en el radio. La dueña del local, una comorense preciosa de piel color caramelo y ojos claros, en un francés impecable, nos pidió que le tradujéramos la canción. Y a pesar de su sonrisa, yo miré asustada al Mapache y él con toda la amabilidad se excusó, y procedió a explicar que la canción era levemente vulgar y con contenido sexual. Me acuerdo que el Mapache me dijo, “¿cómo mierdas le traduce uno a una comorense ‘vamo’a hacerlo en una playa en Puerto Rico hasta que las olas griten ay bendito’?”… más si ella es musulmana. Deje así.  Ella asintió de manera comprensiva, sonrió y nos agradeció de todas maneras. Hay cosas que mejor se quedan “lost in translation”.

Cuando finalmente regresamos al hotel, la gente se nos quedó mirando igual que en la mañana… no podían creer que nos hubiéramos ido así, solos, a caminar la ciudad. No contentos con eso, nos cambiamos y nos fuimos a un restaurante cercano que habíamos identificado mientras caminábamos. Por supuesto, atrajimos la atención de la clientela, que nos miraba y nos conversó. Nunca en mi vida había sentido que mi francés era tan precario. Aunque en el fondo, quizás haya sido mejor así.

Debo decir, que, por motivos religiosos, en Comoras no hay licor, así que más allá de un delicioso vino blanco sudafricano que entramos nosotros y una cerveza de Madagascar que me dieron en un restaurante escondido en la isla, no hubo forma de conocer bebidas espirituosas locales. Eso sí, la sazón era agradable, y la comida del lugar bastante decente. Lo que no había era mucho de dónde escoger para comer. Más bien poca oferta de restaurantes, de hecho casi nula.

24 horas en el lugar y seguía pareciendo todo muy extraño. Había lugares que me recordaban las zonas rurales de Colombia, y otros que parecían como de cuento de hadas. Como que nada me cuadraba. Los contrastes que veía no los entendía en lo absoluto. Mi cabeza repasaba Amartya Sen, conceptos de pobreza multidimensional, en cómo uno no se ve ni se siente pobre si no tiene contra qué compararse, pensé muchas veces en el tema de la basura y si era un tema de higiene y salud pública que en algún momento nos habíamos inventado en el resto del planeta. Recordé el rebrote de la plaga. Pensé mucho en ese concepto japonés del wabi sabi sobre la belleza. Pensé muchas veces que absolutamente todo, tiene un lado bonito, interesante, atractivo.  Y que, a pesar de ser un lugar incomprensible, con el paso de las horas, además de hacerse querer, nos hacía valorar cada vez más de dónde veníamos, donde habíamos crecido, donde queremos hacer patria. A veces sólo hasta que te ves en el lugar más recóndito del mundo, entiendes todo lo que realmente puedes llegar a hacer con lo que tienes. Y así, con café y vino, terminamos el primer día en Comoras, confundidos e intrigados, y con la expectativa de lo que nos podría deparar el día siguiente con su vuelta a la isla.


El segundo día no nos defraudó en lo absoluto y empezó a mostrarnos las bellezas recónditas de Comoros, las que aparecían en el Excel que había hecho y las que no. Paisajes alucinantes, playas, lagos, el volcán, ruinas, baobabs, otros pisos climáticos. Lugares en los cuales uno podía reencontrarse con uno mismo, recordar lo enorme y lo diminuto que es este planeta. Y cómo, a pesar de parecer todos tan diferentes, somos tan increíblemente parecidos. En lugar de adelantarme, trataré de contar en orden.

Nos recogió el conductor que nos había traído del aeropuerto con un señor, que nos había ido a buscar el día anterior para ofrecernos un tour. Como ya mencioné, les parecía inquietante que dos fulanos aparentemente blancos (digo aparentemente blancos pues tuve que explicarle a un keniano que no éramos blancos, que éramos latinos y que eso es diferente a ser blanco, que gracias) quisieran caminar por ahí sin supervisión ni acompañamiento local. El caso es que luego de nuestra exploración, dejamos que los señores nos llevaran a darle la vuelta a la isla. Pasamos por todos los lugares que nosotros teníamos identificados, ya fuera por el Excel del viaje, porque alguien nos lo había sugerido o porque lo habíamos visto por ahí.

Una de las primeras conversaciones fue si era necesario que tuviera la cabeza cubierta, a lo cual nuestro guía dijo que no, que solamente hombros y rodillas cubiertas. Yo como soy rebelde sin causa, cumplí medianamente bien. Nuestra primera parada fue en la ciudad (yo diría que el caserío) de Iconi, no sé si nos tardamos 15 minutos ó 2 horas en llegar (perdí por completo la conciencia del paso del tiempo allá). Este lugar es quizás uno de los primeros asentamientos de la Isla de Gran Comora donde encontramos ruinas de todo tipo y una historia un poco tenebrosa de inicios del siglo XIX según la cual los piratas malgaches fueron hasta Comoros a secuestrar a las mujeres. Y ellas, ni cortas ni perezosas, en lugar de dejarse secuestrar, se treparon a los acantilados de Iconi y prefirieron saltar a su muerte antes que dejarse llevar. Siendo ésta una isla volcánica con costas llenas de lava, podrán imaginar lo que fue preferir esa muerte contra las rocas y el mar que irse con unos piratas malgaches.

La verdad es que el lugar era increíble, absolutamente en ruinas y abandonado, con unas piscinas públicas alimentadas por el agua del mar y ese encanto que tiene el deterioro de lugares que fueron espléndidos hace cientos de años. No sé ustedes, pero a mí me causan un revuelto especial de sentimientos los lugares así. Yo molesto mucho con que hay que echarle unas cuantas capas de pintura a todo y poner las cosas en orden, pero estos lugares medio habitados y medio abandonados (o abandonados y medio) también tienen lo suyo.

Mapache:

Como a More se le olvida todo, ahí en Iconi también están las ruinas del Palacio del Said Ali bin Said Omar, Sultán de Bambao (nombre con el que se unificó a toda la Isla de Gran Comora). Pero claro, luego de que el Sultán se impusiera sobre los otros 8 sultanatos de la isla y le diera el control a Francia, fue exiliado primero en la Isla de Reunión y luego asesinado por los franceses… la historia de siempre. En cualquier caso, sus restos y los de su mujer fueron repatriados y ahora están justo al lado de los restos del que fuera su palacio. Como todo en Comoras, el lugar está bastante deteriorado y medio perdido entre el pasto y las plantas del lugar. Aún así, la vista sobre los acantilados es alucinante.

2018.01.05 Moroni, KM (158)
Acantilados de Iconi desde donde se tiraban las mujeres comorenses para no ser secuestradas por los piratas malgaches
2018.01.05 Moroni, KM (159)
Acantilados de Iconi desde donde se tiraban las mujeres comorenses para no ser secuestradas por los piratas malgaches
2018.01.05 Moroni, KM (160)
Acantilados de Iconi desde donde se tiraban las mujeres comorenses para no ser secuestradas por los piratas malgaches
2018.01.05 Moroni, KM (162)
Acantilados de Iconi desde donde se tiraban las mujeres comorenses para no ser secuestradas por los piratas malgaches
2018.01.05 Moroni, KM (168)
Acantilados de Iconi vistos desde las ruinas del Palacio del Sultán de Comoras
2018.01.05 Moroni, KM (166)
Ruinas del Palacio del Sultán de Comoras
2018.01.05 Moroni, KM (167)
Ruinas del Palacio del Sultán de Comoras
2018.01.05 Moroni, KM (169)
Tumba del Sultán de Comoras (la grande) y de su esposa (la tumba negra pequeña)
2018.01.05 Moroni, KM (170)
Ruinas del Palacio del Sultán de Comoras
2018.01.05 Moroni, KM (171)
Ruinas del Palacio del Sultán de Comoras
2018.01.05 Moroni, KM (174)
Ruinas del Palacio del Sultán de Comoras
2018.01.05 Moroni, KM (172)
Ruinas del Palacio del Sultán de Comoras
2018.01.05 Moroni, KM (161)
Mezquita de Iconi
2018.01.05 Moroni, KM (175)
Monumento a la Masacre de Iconi de 1978
2018.01.05 Moroni, KM (176)
Paseo Marítimo de Iconi

More:

Luego de eso volvimos a Moroni, a caminar de verdad la Medina. No lo habíamos hecho el día anterior porque estaba cayendo el diluvio universal. Yo de inmediato me sentí en esa película “Only lovers left alive” y eché mano de toda referencia fotográfica de los viajes de los demás y de todos los programas de Discovery y National Geographic que he visto en la vida. Recorrer esas callecitas diminutas y estrechas, acompañada además de un hombre de 2 metros de altura como que te hace ver las cosas en escala diferente. Las puertas talladas diminutas, los escalones en donde a mí no me cabía el pie completo (y eso que calzo 38), los recovecos, la gente mirando, la minúscula tienda en donde compramos coca cola y donde el billete con el que pagamos era de muy alta denominación para que nos dieran vueltos. Todo en tonos de blanco, gris y azules, que vieron mejores días, de cuando en cuando, doblando una esquina, una explosión de color. Las mujeres en sus túnicas con esos increíbles trapos en sus cabezas. Rojo, naranja, amarillo, morado, azul. Los patrones de esas telas se me quedaron grabados. No porque no los hubiera visto en ninguna otra parte, ni porque fueran más o menos impactantes que otras telas. Es sólo que ver ese despliegue de color, ahí, en ese lugar tan particular, avivaba el contraste, le daba vida a una medina que si bien era imponente, no era ni la sombra de lo que alguna vez fue (Nota del Mapache: Y a pesar de ser hermosa, distaba bastante de la Medina de Stone Town en Zanzíbar que la había inspirado… era una versión diminuta y mucho menos opulenta de las que habían construido los omaníes al otro lado del Canal de Mozambique cuando conquistaron esas tierras). Por supuesto, ya tengo en mi lista (y gracias al compañero de viaje) las medinas del mundo que sí o sí debo ir a conocer. En otras condiciones, a otra temperatura y con más tiempo, esos recovecos eran para quedarse ahí perdido por horas, como para transportarse en el tiempo.

2018.01.05 Moroni, KM (124)
Alcaldía de Moroni en la Medina
2018.01.05 Moroni, KM (127)
Alcaldía de Moroni en la Medina
2018.01.05 Moroni, KM (126)
Medina de Moroni
2018.01.05 Moroni, KM (128)
Medina de Moroni
2018.01.05 Moroni, KM (178)
Medina de Moroni
2018.01.05 Moroni, KM (179)
Las puertas características de la Medina de Moroni
2018.01.05 Moroni, KM (180)
Las puertas características de la Medina de Moroni
2018.01.05 Moroni, KM (181)
Medina de Moroni
2018.01.05 Moroni, KM (182)
Medina de Moroni
2018.01.05 Moroni, KM (183)
Medina de Moroni
2018.01.05 Moroni, KM (184)
Medina de Moroni
2018.01.05 Moroni, KM (185)
Medina de Moroni
2018.01.05 Moroni, KM (186)
Medina de Moroni
2018.01.05 Moroni, KM (187)
Medina de Moroni

Pasamos nuevamente por el mercado, y ya con guía, había más claridad sobre qué conseguir, dónde comprar, dónde cambiar dinero (nunca había visto tanto rechazo por los dólares como allá, menos mal precavidos, llevábamos dólares y euros). Yo iba con toda por los trapitos, y sí, conseguimos, pero no como los de las señoras de la medina, porque claro, lo ven a uno turista. Igual, cuando ya compré los trapos entendí por qué a mí se me dificultaba tanto andar con el que llevaba en la cabeza. Claro, yo adapté una pashmina ligera para usarla y estos trapitos eran de un material que casi ni estaba ahí. Así que, por ese lado, bien. Todos los días se aprende una cosita.

En nuestro recorrido por la isla pasamos cerca del volcán, y los días fueron tan extraños allá que ese volcán Karthala esquivo nunca se dejó ver en todo su esplendor. No fuimos hasta allá porque llegar al cráter implicaba una caminata con acampada en ascenso de dos días y a nosotros, que escasamente podíamos con nosotros mismos en este lugar, no nos pareció muy viable el asunto. Además nos quitaba 2 de los 3 días que teníamos para conocer. La ventaja fue que a medida que nos alejábamos de Moroni y nos adentrábamos a la isla, ya había algo más de altura sobre el nivel del mar, y oh sorpresa, brisa. La mejor brisa del mundo mundial.

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La silueta del Volcán Karthala en la distancia
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Las costas de Gran Comora llenas de lava volcánica
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Las costas de Gran Comora llenas de lava volcánica
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Cráteres volcánicos en la Isla de Gran Comora
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Cráteres volcánicos en la Isla de Gran Comora

Seguíamos pasando por diverso caserío en donde era evidente que había gente, pero las casas, parecían abandonadas o a medio hacer. Luego nos explicaban que las familias con mujeres primogénitas empezaban a construir casas a medida que las mujeres crecían para que luego la casa fuera la dote. Sea o no cierto, era una interesante explicación del porqué tantas casas parecían en obra gris.  Y en ese recorrido, en un caserío cualquiera presenciamos un matrimonio. La gente con sus mejores vestimentas y se veían todos increíbles. Eso sí, los hombres por un lado y las mujeres por el otro, cantando, bailando, celebrando. Siempre me llena de alegría ver celebraciones ajenas, los ritos de los demás. Así yo no entienda o no comparta esa manera de celebrar, soy una cursi y lo disfruto mucho. Es algo más que nos une con el otro, todos celebramos, así lo hagamos de maneras distintas.

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Uno de los múltiples caseríos en la Isla de Gran Comora

Nos habían prometido baobabs, el lago de sal y un mirador que no le entendíamos al guía cómo se llamaba. Al primer avistamiento de baobabs, hicimos detener el carro (ver baobabs estaba en mi lista de cosas que sí o sí tenía que hacer en este viaje, y lo que habíamos visto en Madagascar había sido insuficiente), tomamos fotos y me fui a tocar la corteza del árbol y a inspeccionar. Porque claro, toca. Imponentes. Impresionantes. Y definitivamente maravillosos. Notamos que éstos eran más frondosos que los de Madagascar y pues sí tenía sentido por la calidad del suelo y el hecho que Comoras fuera volcánica y no desértica. Y en medio de ese desorden, nos informaron que iríamos a otros baobabs y que visitaríamos uno que fue utilizando como cárcel. Encerraban a la gente en los baobabs. Ya habíamos leído algo al respecto, aunque ni así deja de intrigar el asunto. También nos comentó nuestro guía que nos preparáramos para una caminata… Cosa que realmente no esperábamos. Y aunque me hubiera gustado tener puestos unos tennis en lugar de las sandalias que tenía, estaba lista.

De pronto nos estacionamos al pie de la carreterita (que se iba haciendo cada vez más precaria) frente lo que a simple vista parecía un lote privado con par vacas y cultivos por ahí. Y nos adentramos por unos lotes de plátano, que por cierto, estaban sembrados así como sin orden alguno. Del otro lado, pasando el cultivo se abría el terreno y frente a nosotros una pendiente con tremendas formaciones rocosas. Y ahí estaban: las piedras que se besan. Ahí fue que entendimos a qué nos estaban llevando y el por qué del nombre del lugar. La sorpresa más hermosa que nos tenían las Comoras. Escondida a plena vista pero imposible de ubicar si uno decidía que quería coger un carro y aventurarse a conocer por su cuenta. Lo mejor es que lo que alcanzábamos a ver era apenas un abrebocas de lo que se venía después. Una vez llegaba uno a las piedras, se veían unos acantilados (no sé si sea esa la palabra correcta) y abajo unas playas bellísimas. No sólo eso, desde donde estábamos, podíamos ver completa la pequeñísima y aparentemente muy famosa isla de las tortugas. Y el agua. Yo pensaba que había visto unos azules hermosos en Seychelles. Pues nada, el colorido del mar desde las piedras que se besan realmente te dejaba sin aliento. Uno podría quedarse ahí y pasar sus días escribiendo una novela o algo. Eso sí, que le manden a uno un contenedor de café bueno, porque si no, la muerte.

Uno se queda ahí contemplando el panorama, yo estaba descrestada y la verdad si el tour terminaba ahí, yo ya me daba por bien servida. Increíble cómo son los contrastes en la vida. Esta nación, con todas sus complejidades y con lugares como éste que te dejan sin aliento. Cuando finalmente decidimos bajar, nos encontramos con unos franceses que iban con unos niños que los estaban guiando y repentinamente la burbuja en la que yo estaba, se reventó. Por supuesto era de ahí, ese lugar no estaba ahí única y exclusivamente para nosotros, así en mi mente haya sido así, al menos por unos breves instantes.

 

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Baobab en la Isla de Gran Comora
2018.01.05 Moroni, KM (208)
La Ruta Nacional 1 (RN1) que le da la vuelta a la Isla de Gran Comora
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Las piedras que se besan desde abajo
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Las piedras que se besan desde abajo
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Las piedras que se besan desde abajo
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Las piedras que se besan desde abajo

 

2018.01.05 Moroni, KM (222)
Panorámica desde las piedras que se besan. A la derecha, el Océano Índico
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Vista desde las piedras que se besan
2018.01.05 Moroni, KM (229)
Las piedras que se besan
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Vista desde las piedras que se besan
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Vista desde las piedras que se besan
2018.01.05 Moroni, KM (233)
Una de las piedras que se besan
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Vista desde las piedras que se besan
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Vista desde las piedras que se besan
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Vista desde las piedras que se besan
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Vista desde las piedras que se besan
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Vista desde las piedras que se besan
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Vista desde las piedras que se besan
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Vista desde las piedras que se besan. La isla de las tortugas al fondo.
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Vista desde las piedras que se besan
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Vista desde las piedras que se besan
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Vista desde las piedras que se besan
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Vista desde las piedras que se besan
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Vista desde las piedras que se besan
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Vista desde las piedras que se besan

Nuestra siguiente parada fue en el lago de sal. Un lago de agua salada, del que se desconoce su profundidad, que está ahí en un cráter enorme. Una cosa preciosa, sólo había visto algo medianamente semejante en la amada y extraterrestre Islandia. Ahí entendí que, al menos para lo que yo conozco del mundo, Comoras era también un lugar medio extraterrestre. El lago tenía de interesante que alrededor del cráter, la naturaleza ya había establecido su propio orden. Verde por todas partes y, al fondo, el Océano Índico, precioso. Lo interesante del lago era que tenía matices de colores, decían los lugareños que cambiaba de color todos los días en función del viento y del clima. Y yo les creí, hasta que nos sacaron la piedra tratando de vendernos conchas de mar. Quise gritarles que éramos colombianos y que pues no nos iban a descrestar con unas pinches conchas de mar. Lo único malo del lago es que había unos vendedores ahí, fue la primera y única vez que sentimos acoso en Comoras. Aunque también es posible, que dada la hora, estuviéramos de mal genio más por hambre que otra cosa.

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Lago de Sal con el Índico al fondo
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Lago de Sal con el Índico al fondo
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Lago de Sal con el Índico al fondo
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Lago de Sal con el Índico al fondo
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Lago de Sal con el Índico al fondo

Mapache:

Como el hambre apremiaba, le pedimos al guía que se apiadara de nosotros y nos llevara a algún lugar a almorzar. El buen señor solucionó el problemita bastante rápido y de repente el carro estaba escalando una colina hacia lo que parecía una casa común y corriente. Pues no, resultó ser un restaurante perdido en la mitad de la nada en el que nos comimos el mejor pescado ahumado que jamás haya probado. Era una cosa loca. Luego, la siguiente parada fue una playa donde en la década de 1980 los sudafricanos habían construido un hotel 5 estrellas que pretendía posicionar a las Comoras como el destino turístico más exclusivo en el Océano Índico. Y aquí fue cuando se armó el mierdero. Cuando Francia se dio cuenta que Comoras podía efectivamente salir de la pobreza con el turismo y, con eso, Mayotte estaría tentada a unirse a Comoras, el gobierno de París financió un golpe de Estado que cambió al presidente que había hecho el acuerdo con los sudafricanos, contrató a unos mercenarios árabes para que destruyeran el hotel y problema solucionado. Hoy sólo queda la playa que construyeron los sudafricanos y, sobre ella, unas carpas donadas por la Media Luna Roja Iraní en lo que parecía un pequeño, diminuto campo de refugiados. Nunca supimos quiénes vivían ahí, lo que sí es cierto es que era el campamento de refugiados con la mejor vista del planeta. Miren:

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Las playas del antiguo hotel sudafricano en Gran Comora
2018.01.05 Moroni, KM (247)
Las playas del antiguo hotel sudafricano en Gran Comora
2018.01.05 Moroni, KM (250)
Las playas del antiguo hotel sudafricano en Gran Comora
2018.01.05 Moroni, KM (251)
Las playas del antiguo hotel sudafricano en Gran Comora
2018.01.05 Moroni, KM (252)
Las playas del antiguo hotel sudafricano en Gran Comora
2018.01.05 Moroni, KM (253)
Las playas del antiguo hotel sudafricano en Gran Comora
2018.01.05 Moroni, KM (254)
Las playas del antiguo hotel sudafricano en Gran Comora
2018.01.05 Moroni, KM (256)
Las playas del antiguo hotel sudafricano en Gran Comora
2018.01.05 Moroni, KM (257)
Las playas del antiguo hotel sudafricano en Gran Comora
2018.01.05 Moroni, KM (258)
Las playas del antiguo hotel sudafricano en Gran Comora

More:

Luego nos llevaron a ver más baobabs, sólo que en esta ocasión, fuimos a uno de esos que servían de prisión, y sí señores, podemos decir con absoluta certeza y veracidad que estuvimos dentro de un baobab. Cosa impresionante. Yo ya venía sintiéndome diminuta pero al lado de los baobabs como que ya se siente uno insignificante. Cosas que posiblemente pasan solo una vez en la vida y lo llenan a uno de intangibles (a falta de la palabra indicada, que francamente se me escapa).

2018.01.05 Moroni, KM (259)
Adentro del baobab que servía de prisión
2018.01.05 Moroni, KM (261)
Baobab
2018.01.05 Moroni, KM (264)
Baobab

De regreso ya a Moroni, encontramos celebraciones nuevamente cerca a la mezquita del viernes, mucho movimiento y muchas túnicas coloridas, tanto de hombres como de mujeres. Y ya de vuelta en el hotel, café y conversa, para procesar todo lo que habíamos visto en los últimos dos días. Que igual creo que no sólo no terminamos de procesar, sino que jamás vamos a poder procesar.

2018.01.05 Moroni, KM (266)
Celebración cerca de la Medina de Moroni
2018.01.05 Moroni, KM (268)
Celebración cerca de la Medina de Moroni
2018.01.05 Moroni, KM (269)
Celebración cerca de la Medina de Moroni

Esa era nuestra última noche en aquel extraño lugar, y al día siguiente tuvimos nuestro primer día medianamente relajado, y para mí muy emotivo, porque ya tenía las lágrimas a flor de piel. Fue un día agridulce, porque terminaba el viaje, porque nos podíamos ir de ese lugar, porque ya nos despedíamos de la aventura y emprendíamos, ya cada uno por su cuenta, el largo recorrido a casa. Como mencioné, el camino de regreso al aeropuerto fue eterno, y de hecho, por alguna extraña razón tardó algo más de una hora. Yo iba sola, oyendo música, echando el último vistazo de ese lugar que no terminaba de comprender, soltando la ocasional lágrima que era de alegría y nostalgia a la vez. Quería irme, y sin embargo, me quería quedar. No tanto en Comoras como tal, sino en África.

Quisiera entrar en detalles sobre ese último día, las conversaciones, las apreciaciones, pero tal vez cerraré con esto. Comoras es un lugar absolutamente bizarro, al que no sé si quisiera regresar algún día, y sin embargo, algo de ese lugar se quedó grabado en mí. Siento que se parece mucho a uno, con partes chuecas, partes que como que se quedaron estancadas en el tiempo, uno que otro rincón absolutamente formidable y ese encanto que tienen todas las cosas imperfectas. Y creo que eso está muy bien.

Mapache:

Cuando estaba organizando el viaje a Comoras, las personas que habían estado decían: “Si usted quiere perderse del mundo unos días, vaya a Comoras. Y si quiere perderse aún más, vaya a una isla que no sea Gran Comora, allá no lo encontrará nadie”. Cuánta razón tenían. Comoras parece estancada en el tiempo. Todo lo que uno da por sentado en la mayoría de lugares en el Siglo XXI, allá no existe o es bastante deficiente. Internet sólo había en el hotel. Los restaurantes eran extremadamente limitados, el café era básico y escaso, incluso las carreteras eran casi inexistentes.

Y es que aquí viene la contradicción. La medina de Moroni es hermosa. No puede uno más que imaginarse la época en la que la construyeron con todos los edificios blancos y relucientes. La vista desde el puerto en el Índico tuvo que ser alucinante. Es evidente que hubo un período de gloria en el que las Islas brillaban como esa luna llena el día en el que llegaron los árabes. Pero esa gloria pasó y pasó hace mucho. Hoy quedan ruinas, mucha pobreza, mucha basura y, sobre todo, un sentimiento generalizado de frustración y desesperanza. Algo que, sin duda, contrasta con la belleza de los paisajes de la isla.

Como dije al principio, Comoras tiene potencial, pero por ahora es sólo eso, potencial porque bajo las condiciones actuales, el viajero que las visita se va con una sensación agridulce de alegría tanto por haber ido como por no tener que volver. Y sin duda es una afirmación injusta porque, a pesar de todo, el lugar es alucinante. El problema es que uno no sólo se va con lo que vio, sino también con lo que sintió y, como les conté, Comoras se sentía oscura, opaca y triste. Muy a pesar de que me duela decirlo y muy a pesar de que no le haga justicia, para mí, Comoras se sintió como ese país del que no sólo el mundo entero sino también Dios se olvidaron. Aislado, solo, triste, abandonado a su suerte y, sobre todo, resignado. Comoras se me metió en el corazón, sólo que no sé si fue por las razones correctas y eso me desconcierta demasiado. Y así quedé, confundido, aún sin entender qué había pasado y sin saber cómo procesar la información. Comoras me dejó en un limbo del que no sé cómo salir. Es un país incomprendido e incomprensible al mismo tiempo, una contradicción y lo más alejado a cualquier lugar que haya visto antes. Ahí exactamente es donde radica su magia y, como dijo More, supongo que eso también está muy bien.

2018.01.05 Moroni, KM (1)
2018.01.05 Moroni, KM (3)
2018.01.05 Moroni, KM (4)

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