Las fronteras son un lugar extraño. Son esa línea donde el “yo” deja de existir y aparece un “otro” diferente que puede ser nuestro mejor amigo o nuestro peor enemigo (sino pregúntenle a las dos Coreas). Las líneas fronterizas nos separan, pero a veces nos unen. Suelen estar abiertas, pero en ocasiones son infranqueables. Pueden significar el inicio de unas vacaciones magníficas o el comienzo de la peor de las pesadillas. En la mayoría de Europa las fronteras tienden a desaparecer e incluso los controles fronterizos dentro de la Unión son casi inexistentes (salvo situaciones excepcionales). América del Sur mantiene sus controles fronterizos pero, al menos en teoría, cruzar fronteras es bastante fácil para los nacionales de la región. Sin embargo, el mundo continúa dividido en países y, en consecuencia, las fronteras son una barrera necesaria para mantener por fuera a la gente que no deseamos. Suena horrible, pero es la realidad. Las fronteras son, sin duda, lugares extraños.
Yo soy un viajero consumado. Cada vez que puedo, armo mi maleta y me voy a algún lugar recóndito de este planeta para ver qué tienen esos lugares desconocidos para ofrecer. Sólo que en mi caso, ese viaje tiene un ingrediente adicional: un pasaporte que dice “República de Colombia”. Y claro, viajar al exterior para los colombianos se ha tornado bastante más fácil de lo que solía ser. Las épocas en las que todos éramos considerados narcotraficantes están pasando lentamente y una nueva imagen de Colombia se abre paso entre los gobiernos del mundo. Y por si quedan dudas de esto, en los últimos 10 años más de 55 países y territorios le han eliminado el requisito de visa a los ciudadanos colombianos, entre ellos la Unión Europea (y si quieren leer más del tema, aquí la guía práctica de visas para el viajero colombiano).
Pero no nos digamos mentiras. Ese pasaporte con la frase “República de Colombia” todavía puede generar problemas. Y de hecho esa es una de las primeras preguntas que me hacen cuando vuelvo de un viaje: “¿No te jodieron por ser colombiano?”. La respuesta generalmente es no, pero en ocasiones el mundo me tiene guardadas sopresitas. Desde situaciones divertidas hasta literalmente temer por mi vida, las fronteras del mundo, para mí, son una fuente permanente de historias. Y justamente eso vamos a revisar hoy… mis historias en las fronteras del mundo. Ya les he contado algunas (y se las voy a volver a poner para los que no las han leído), pero hay más, muchas más. Entonces, sin más preámbulos, traigan café y acomódense que empezamos:
Frontera de Carway: Estados Unidos (Montana) – Canadá (Alberta):
La frontera donde ven telenovelas colombianas
Empecemos por el principio. Para la entrada del aniversario número 2 del Blog de Banderas, la señorita Kaskabel me preguntó en tuíter: “Con lo disfuncional que eres, ¿no has tenido problemas al entrar en otros países? ¿Alguna anécdota reseñable?”. Y claro, la respuesta fue tan disfuncional como yo y se las pego a continuación por si no la han leído.
Corría el el 15 de septiembre de 2001… sí, 4 días después del famosísimo 11 de septiembre. En esa época yo estaba viviendo en Calgary, Canadá, y mi mejor amigo canadiense y yo decidimos ir al Parque Nacional de los Glaciares en Montana, Estados Unidos que estaba a unas 3 ó 4 horas de distancia al otro lado de la frontera. Todo estaba en orden… yo tenía visas canadiense y estadounidense, él no necesitaba visas, nos montamos en el carro y salimos. Al llegar a la frontera, la cosa funcionó así:
- Oficial de Migración de EEUU: ¿Nacionalidad?
- Mi amigo: Canadiense
- Yo: Colombiano
- *El oficial de migración abre los ojos y su mandíbula llega al piso*
- Oficial de Migración de EEUU: Venga conmigo por favor.
La vida se nos había complicado… sobre todo cuando caímos en cuenta que mi amigo, que estudiaba arquitectura en la Universidad de Calgary, estaba haciendo su tesis de grado sobre el Aeropuerto de Calgary y tenía su carro lleno, absolutamente lleno de planos del aeropuerto. Claro, como se podrán imaginar, el colombiano disfuncional más los planos del aeropuerto no le causaron mucha gracia a los oficiales de migración de Estados Unidos el 15 de septiembre de 2001. Entonces, un oficial toma mi pasaporte y se lo lleva para investigarme hasta la bisabuela mientras me llevan a un cuarto y llegan 5 oficiales más de migración con un libro GRANDE con preguntas para cada nacionalidad… abren la página donde había una banderita amarilla, azul y roja y decía “Columbia” (no saben cuánto me pudre que los gringos escriban “Columbia” y no “Colombia”) y empezó el interrogatorio en inglés:
- Oficial: ¿De dónde dijo que era?
- Yo: Colombiano
- Oficial: ¿Me puede decir por favor cuál es la moneda de Colombia?
- Yo: El peso colombiano… tengo unos por acá, ¿se los muestro?
- Oficial: No es necesario. ¿Cuál es la capital de Colombia?
- Yo: Bogotá
- Oficial: ¿Eso es todo? En mi libro dice un nombre más largo, ¿no se lo sabe?
- Yo: Ah sí, Santafé de Bogotá, D.C.
- Oficial: ¿Cómo se llama el himno nacional de Colombia?
- *Y aquí el pobre mapache entró en pánico y pensó: “¿Cómo carajos se llama el himno nacional de Colombia?”… Yo no tenía ni idea que tenía nombre más allá de “Himno Nacional de Colombia”*
- Yo: *Dije con voz tímida y una sonrisa en la boca* No sé cómo se llama el himno pero si quiere se lo canto.
- Oficial: *Con cara de ametralladora* No, necesito el nombre.
- *Pensé: ahora sí se me complicó la vida*
- Yo: *Contesté tímidamente y en forma de pregunta* ¿Oh gloria inmarcesible?
- Oficial: Muy bien *Y aquí yo respiré tranquilo*. Le tengo una última pregunta.
- Yo: Sí, dígame.
- Oficial: ¿Con quién se queda finalmente Betty, con don Armando o con el francés?
Y acto seguido soltó una carcajada mientras yo lo miraba con cara de “¿de qué putas está hablando?”. Después me explicaría que ya había confirmado que yo era quien decía ser y que no era una amenaza para la seguridad nacional de Estados Unidos y que, como él estaba viendo la telenovela colombiana “Betty la Fea” por Telemundo, quería que yo le contara el final. Le conté el final (que afortunadamente mi mamá me había contado), nos invitaron a café, galletas óreo y seguimos nuestro camino hasta el Parque Nacional. De regreso, el mismo oficial de migración nos atendió y nos volvió a ofrecer café mientras se reía de mi cara durante el interrogatorio. Al día de hoy todavía me manda e-mails ocasionalmente preguntando cómo va mi vida.
Frontera de Ressano García: Sudáfrica – Mozambique:
La frontera donde el oficial de migración no quiere trabajar y te pone a tí a hacer tu propia visa
Entonces sale uno de Johannesburgo por la N4 raudo y veloz hacia la frontera con Mozambique. Pasa la ciudad de Nelspruit, luego recorre el corredor que forman el Parque Nacional Kruger al norte y Swazilandia (sí, con w para que a Diego de Fronteras le dé una embolia) al sur y finalmente llega a la frontera. El puesto fronterizo de Komatipoort en Sudáfrica no tiene problema alguno. Sellan el pasaporte y uno sigue al lado mozambiqueño de la frontera. Primero, el cerco más grande e intimidante que jamás haya visto y luego variado anuncio de compañías de telefonía celular y campañas de la OIM contra el tráfico de personas. Les muestro:

Publicidad de teléfonos móviles en Mozambique

Mensaje contra la trata de personas en la frontera entre Sudáfrica y Mozambique

Herencias del Apartheid cuando la frontera con Mozambique era una de las mayores amenazas a la seguridad nacional de Sudáfrica… Tremendo cerco.

Puesto fronterizo de Ressano García, Mozambique

Puesto fronterizo de Ressano García, Mozambique

Puesto fronterizo de Ressano García, Mozambique

Puesto fronterizo de Ressano García, Mozambique
El problema empieza cuando uno entra a la oficina de control migratorio y ve el letrero que está arriba: “Entry requirements – Entry visa into Mozambique”. Y entonces uno piensa: no hay problema, en la página de cancillería mozambiqueña dicen que se la dan a uno en la entrada. Uno respira profundo, entra y se encuentra con una oficial de migración que está más preocupada por comerse las papas fritas que tiene al frente que por atender a los turistas colombianos que acaban de llegar. La saludo, le entrego mi pasaporte y le digo en mi portugués cortado: “Eu preciso de um visto de fronteira”. Ella me mira de arriba a abajo y se sigue comiendo sus papas fritas. El tiempo pasa… 2 minutos… 3 minutos… 4 minutos… y a mí se me empieza a brotar la vena en la frente de la ira. Después de unos 10 minutos, ella finalmente termina sus papas… Pero claro, eso no significa que haya decidido atendernos. La buena señora decide que es hora de su descanso, se para de su silla y se pierde en una oficina allá atrás. Yo estaba ad portas de entrar en cólera cuando, en esas, un señor emerge de la nada y me pregunta en inglés: “Have you been helped?”. Le contesto que no y me pregunta en qué me puede ayudar. Le digo que necesitamos visas de frontera porque somos colombianos y vamos de turismo a Maputo.
Todo parecía ir bien. El señor era bastante amable y parecía ser eficiente. ¡Pero no! Ahí es cuando me dice lo que jamás pensé oír. Me señala un aparato electrónico extraño y me dice: “the machine is broken”. Sí señores, el aparatito ese que lee los datos de los pasaportes se había dañado. Me empieza a contar la historia y dice que llevan 3 días así y que las visas se demoran mucho porque hay que meter todos los datos en el computador a mano y que él no tiene tiempo (aparentemente él tenía que hacer todo porque los demás oficiales de migración estaban ocupados comiendo papas fritas o durmiendo en la oficina de atrás). Y termina diciendo mientras sonríe: “If you want, you can do it”. ¿Qué? ¿Yo? Pues sí. El buen señor me invita a entrar detrás del escritorio, me sienta en la silla de la señora que dedica su vida a comer papas fritas y me abre el programa para hacer visas. Vuelve a sonreír y me dice: “Let me know when you’re done”.
Ahí estaba yo, metiendo mis datos en el sistema de visas del gobierno de la República de Mozambique sin ningún tipo de control o supervisión. Me hubiera podido llamar Nelson Mandela y nadie se hubiera dado cuenta. Es más, podría haber sido un traficante internacional de armas al mejor estilo de Víktor Bout y esos fulanos ni se hubieran dado por enterados. Afortunadamente para los mozambiqueños yo no era una amenaza para la seguridad nacional y así, después de terminar de meter mis datos en el sistema, hago click donde decía “print”, la impresora me vomita mi visa, la pego en mi pasaporte y voy donde el oficial de migración para que la firmara. Él, que estaba ocupadísimo jugando solitario en el otro computador, la mira por encima, la firma y me dice “Enjoy”. Y con esto yo me había dado mi primera visa en toda mi vida y lo mejor de todo, ¡GRATIS! El oficial estaba tan ocupado jugando cartas que se le olvidó cobrarme. Problema de él… cogí mis cosas y seguí rumbo a Maputo, una de las ciudades que más me gustan en África (y aquí pueden leer 7 Particularidades que hacen de Maputo (Mozambique) uno de los Caos más Encantadores de África).
Frontera de Kazungula: Botswana – Zimbabwe:
La frontera donde no sólo te desinfectan sino que te hacen salir del país para orinar
Kazungula queda en uno de esos lugares que tanto nos gustan a los lectores del Bog de Banderas: el (posible) único quadripoint del planeta, el punto donde se unen Zambia, Namibia, Botswana y Zimbabwe en medio del Río Zambeze (y digo “posible” porque hay todo un debate en torno al tema que pueden encontrar aquí). Pero bueno, vamos al grano. Para llegar a Kazungula (Botswana) desde Zambia es necesario llegar al poblado de Kazungula (Zambia) y tomar un ferry a través del Río Zambeze. El trayecto no dura más de 10 minutos pero es, sin duda, un lugar interesantísimo. No sólo se ven los 4 países desde el barco (o lancha, o ferry, dependiendo del medio de transporte que hayan tomado) sino que el recorrido se hace entre cabezas de hipopótamos y cocodrilos que emergen de las aguas del río de vez en cuando. Conclusión: darse un chapuzón por esas tierras no es una buena idea.

Ferry de Kazungula

Río Zambeze entre Zambia y Botswana

Puesto fronterizo de Kazungula en Botswana

Puesto fronterizo de Kazungula en Botswana

Río Zambeze entre Zambia y Botswana

Río Zambeze entre Zambia y Botswana

Río Zambeze entre Zambia y Botswana

A la izquierda: Botswana, a la derecha: Zimbabwe
Y entonces llega uno a Botswana. Los oficiales de migración lo dirigen hacia las oficinas para hacer el control migratorio pero antes le dicen a uno que tiene que quedarse parado un minuto en una alfombra con un líquido extraño que hay afuera del edificio (que por cierto es blanco, azul y negro como todo en el país… la misma variedad cromática de la que les hablé en esta entrada sobre Gaborone). ¿Para qué? Resulta que en Zambia hay fiebre aftosa y en Botswana no, y para evitar una epidemia, le desinfectan los zapatos a cada persona que entra al país. Y ahí está uno, parado como un idiota durante un minuto en esa alfombra que huele a m*erda mientras los oficiales de migración lo observan incesantemente como si uno fuera el portador del peor de los virus del planeta.
Pasa el minuto más largo de la historia y finalmente uno puede entrar al edificio. Entrega el pasaporte, le ponen el sello y luego hay que esperar el bus que lo lleve a uno hasta Kasane. Y como este buen mapache tiene problemas de vejiga, le pregunta al oficial dónde queda el baño. ¿Baño? No señores, no hay. Miro con desdén al fulano en cuestión y le pregunto: ¿Y entonces? ¿Dónde puedo orinar? Él se ríe y me señala los arbustos del fondo al tiempo que dice: Pues en Zimbabwe, ¿dónde más? Y sí, para colaborar con la desgracia de Zimbabwe, ahora los oficiales migratorios de Botswana lo publicitan como baño público en la frontera. Empiezo a caminar hacia los arbustos y el mismo oficial me grita: “¡Apúrate! A los zimbabwenses no les gusta que orinen en su territorio y si te ven, te arrestan”. ¡Perfecto! No podía orinar en Botswana porque me arrestaban y ahora, si orinaba en Zimbabwe, me arrestaban también. Jodido. En cualquier caso, lo único que diré es que fue la orinada más estresante de toda mi existencia… claro, eso sin contar que es la única vez en mi vida que he tenido que ir a otro país para poder orinar. ¡Gracias Botswana!
Frontera de Hani i Elezit: Macedonia – Kosovo:
La frontera donde te revisan hasta las toallas higiénicas (compresas)
Corría una mañana de invierno… de hecho era el 31 de diciembre y mis amigas y yo íbamos de camino entre Skopje en Macedonia y Podgorica en Montenegro. Todo parecía estar en orden pero el universo se encargaría de decirme que no todo es color de rosa y que ese día… ese día en particular, los Balcanes habían decidido hacerle la vida imposible a un trío de colombianos que sólo querían disfrutar de lo que Macedonia, Kosovo, Albania y Montenegro tenían para ofrecer. El caos empezó a las 6.30 a.m., media hora después de haber salido de Skopje, cuando llegamos a la frontera entre Macedonia y Kosovo y la oficial de migración macedonia nos pidió nuestros pasaportes. Aparentemente, esta buena señora no sólo no había visto un pasaporte colombiano en su vida sino que creyó que nosotros 3 éramos la reencarnación misma de Pablo Escobar. Nos hizo bajar del carro y mientras hacía el mismo gesto que hizo Cruela de Vil cuando consiguió los dálmatas para hacer su abrigo, nos gritó – sí, gritó – que sacáramos todas las maletas del baúl y las vaciáramos sobre unas mesas que estaban al lado de la carretera.
Y aquí otra aclaración: Si usted está casado(a) con un(a) oficial de migración, haga el grande favor y dele sexo regularmente… Todo el sexo que pueda darle para que sea una persona feliz y amable con el mundo. Una oficial de migración sexualmente insatisfecha es la PEOR carta de presentación para su país y es, además, la razón por la cual yo no volveré NUNCA a Macedonia. Pero bueno, por ahora retornemos a nuestra narración. Desocupamos la maleta y esta infeliz nos revisó todo, absolutamente todo, con la mayor dedicación que jamás haya visto. Calzoncillo por calzoncillo, toalla higiénica por toalla higiénica, camiseta por camiseta, media por media y regalo por regalo. Llegó al punto incluso de quitarles el plástico transparente a unas cajas de té que había comprado en Georgia y luego sacar bolsita por bolsita de té para inspeccionar que no hubiera cocaína en su interior. Claro, entre más cosas y revisaba, más se daba cuenta que cocaína NO HABÍA y eso aumentaba su ira con el mundo y con nosotros. Cuando terminó de revisar las 3 maletas, decidió que el siguiente paso era inspeccionarnos a nosotros físicamente y acto seguido gritó: follow me now! ¡Sí señora! Se le sigue si quiere. A mí me revisó un oficial de migración bastante decente que se demoró 5 segundos tocando mi ropa por encima y luego me dijo thank you. El problema fue cuando esta infeliz se llevó a mis 2 amigas a un cuarto allá adentro para revisarlas. No entremos en detalles para no inducir al vómito de los lectores… lo único que diré es que la susodicha, luego de no encontrar nada, hizo desnudar a mi amiga, bajó su cabeza hasta su entrepierna y procedió a olerle la toalla higiénica que tenía puesta. ¿QUE QUÉ? Sí señores, como lo leyeron. Lo peor de todo es lo que dijo mi amiga después: “Me sentí violada y ni el teléfono me pidió la infame esa”. Ya no hay temor de Dios.

Vía entre Skopje y la frontera entre Macedonia y Kosovo

Vía entre Skopje y la frontera entre Macedonia y Kosovo

Frontera entre Macedonia y Kosovo (lado Macedonio)

Frontera entre Macedonia y Kosovo (lado Macedonio)

Frontera entre Macedonia y Kosovo (lado Macedonio)

Frontera entre Macedonia y Kosovo (lado Macedonio) – A la derecha, la mesita donde tuvo lugar la esculcada

Frontera entre Macedonia y Kosovo (lado Macedonio) – A la izquierda, la oficina de la pseudo violación

Frontera entre Macedonia y Kosovo (lado Macedonio)

Frontera entre Macedonia y Kosovo (lado Macedonio)

Frontera entre Macedonia y Kosovo (lado Macedonio)

Frontera entre Macedonia y Kosovo (lado kosovar)

Frontera entre Macedonia y Kosovo (lado kosovar)
Frontera Sahara Occidental – Marruecos:
La frontera donde puedes volar en mil pedazos
Yo ya les hablé de mi experiencia en el Sahara Occidental en una de las primeras entradas del Blog de Banderas (y que pueden leer aquí por si les interesa). Y como les conté en esa ocasión, el viaje desde los campamentos de refugiados saharuis en la localidad de Tindouf en el sur de Argelia y el poblado de Tifariti en los territorios liberados del Sahara Occidental se hace en jeeps a través de la mismísima inmensidad del desierto. No hay carreteras y si no se conoce bien la zona, se puede terminar en una tragedia peor que la cuenta el Himno Nacional de Colombia cuando habla de Ricaurte en San Mateo: en átomos volando.
Resulta que uno sale de Tindouf, luego recorre (ilegalmente) el extremo norte de Mauritania (pero ahí no se ve un alma a kilómetros de distancia, así que a los mauritanos poco les importa) y finalmente entra en el territorio del Sahara Occidental… o al menos la parte liberada. El pequeño problemita es que Marruecos construyó un muro que separa los territorios liberados de los territorios ocupados del Sahara Occidental (que son administrados ilegalmente por Marruecos) y gran parte de la carretera va paralela a él. El muro se ve en la distancia. Es más, se ven algunos de los 100.0000 centinelas marroquíes que custodian la zona sobre el muro con unas ametralladoras 3 veces más grandes que ellos. Hay vigilancia satelital, una que otra cerca y, lo más importante, la nada despreciable suma de cerca de 4 millones de minas antipersona sembradas a lado y lado. Conclusión, uno puede ir conduciendo feliz de la vida, disfrutando el paisaje y, si no sabe a dónde ir, puede terminar pisando una de estas minas y hasta ahí llegó. Les dejo imágenes del lugar:

Minas antipersona cerca del muro de separación construido por Marruecos en el Sahara Occidental

Muro de separación construido por Marruecos en el Sahara Occidental

Muro de separación construido por Marruecos en el Sahara Occidental

Muro de separación construido por Marruecos en el Sahara Occidental

Muro de separación construido por Marruecos en el Sahara Occidental

Piedras informando la presencia de minas antipersona cerca del muro de separación construido por Marruecos en el Sahara Occidental

Piedras informando la presencia de minas antipersona cerca del muro de separación construido por Marruecos en el Sahara Occidental
Frontera Uganda – República Democrática del Congo:
La frontera donde el paso ilegal vale USD 20, te acompaña el jefe de migración para que no te detengan y además te ofrecen vacas por tus amigas
Esta historia ya se las había contado aquí pero es que creo que vale la pena volverla a contar. Y es que, ¿en qué otra frontera le ofrecen a uno vacas por una amiga? Les dejo la historia a continuación:
La fijación por visitar la República Democrática del Congo comenzó cuando nos dirigíamos hacia el Parque Nacional Reina Isabel en el oriente de Uganda. Mientras andábamos pendientes de buscar animalitos – o en su defecto, elefantes 18 veces más grandes que yo -, apareció de repente una señal de tránsito que despertaría toda mi curiosidad. Mírenla:
Ahora, ¿alguno de ustedes me puede decir cómo hace un aficionado a las fronteras como yo para estar a 38 kilómetros de un país como la República Democrática del Congo y no hacer lo posible por ir a ver cómo funciona eso al otro lado de la frontera? Yo me hice la misma pregunta y mi respuesta fue: es imposible. Entonces, como no hubo otra opción, decidimos analizar el terreno, los posibles escenarios y sobre todo, teníamos que solucionar el problema más importante de todos: no teníamos visa.
Lo primero que había que hacer era convencer a nuestros guías, básicamente porque ellos eran los que tenían los vehículos y es así de fácil: no vehículos, no Congo. Lo que pensé que iba a ser una tarea complicadísima resultó bastante simple: “Robert, can you take us to Congo?” A lo que él contestó: “Sure, we just have to be back by 3 before the safari“. Problema solucionado. Ahora, lo que Robert no sabía era que ninguno de nosotros – todos con pasaporte colombiano (y ese simple librito puede agravar cualquier situación) y sólo una entrada en la visa ugandesa – tenía visa. Y aquí habría que decir que en la gran mayoría de países si te encuentran intentando entrar – o salir – ilegalmente a su territorio, te detienen, te multan y en muchos casos te encarcelan y te deportan. Sin embargo, para Robert esta no era una gran preocupación. Cuando se enteró que no teníamos visa simplemente sonrió y me dijo: “That’s not a problem!“. Claro, eso no era un problema… al menos no en Uganda. La única condición era que tendríamos que pagarle la gasolina que usaríamos para nuestro acto ilegal. No había problema, éramos 17 y la gasolina costaba 120.000 chelines ugandeses (alrededor de USD 50)… nada grave.
Nos montamos en los buses emocionadísimos y empezamos a recorrer los 40 minutos que nos llevaría llegar hasta la RDC. El paisaje era como el resto de Uganda. Algunas montañas, cultivos de té, pequeñas poblaciones de casas de madera a lado y lado de una carretera perfectamente pavimentada y señalizada… Nada inusual hasta el momento. Sin embargo, a medida que nos acercábamos a la frontera, más y más personas aparecían caminando en la vía llevando productos sobre sus cabezas o en sus hombros. Caña de azúcar, recipientes amarillos – que después me enteraría que es donde transportan el aceite para cocinar -, plátanos, etc. Es como si fueran o vinieran de un mercado. Primero unos pocos, luego fueron aumentando y luego, cerca de la frontera, parecían simplemente hormigas por todas partes. Les dejo algunas fotos del trayecto:
Y así, llegamos a la población fronteriza de Mpondwe en Uganda. Ahora venía la parte más complicada de la travesía: lograr que los ugandeses nos dejaran salir del país sin sellarnos el pasaporte y luego pasar a la RDC sin que las autoridades migratorias se enteraran que no teníamos visa. Es decir, la cosa era así de simple: en un lugar donde todos son negros, 17 blancos tenían que pasar desapercibidos. Fácil, ¿no? Pues sí, resultó bastante fácil. Robert, que como les dije visitaba el lugar con frecuencia, nos llevó a la oficina de migración ugandesa, habló con el jefe de los jefes y luego de unos 3 minutos de conversación en Swahili, el gran jefe pluma blanca salió atacado de la risa, se montó en nuestro bus y nos dijo: “let’s go!”. Yo no entendía nada, nadie entendía nada. Finalmente nos enteramos que a él le habían parecido divertidísimas nuestras intenciones y le dijo a Robert que él mismo nos llevaría a la frontera, nos dejaría salir sin sellarnos el pasaporte y hablaría con las autoridades del Congo para que no nos pusieran problema. Podríamos caminar por la localidad de Kasindi – justo al otro lado del río y vecina de Mpondwe – durante unos 20 minutos y luego volveríamos. ¡Nos habíamos ganado la lotería! Eso sí, el boleto ganador nos costó USD 20… Y no, no fueron USD 20 por persona, fueron USD 20 en total. Bastante mejor que 5 años en una cárcel del Congo, ¿no creen?
Y así fue, primero recorrimos Mpondwe, luego fuimos hacia el puente internacional – que suena como algo gigantesco pero que en realidad es un pequeño, muy pequeño puente que une a los 2 países – y después pasamos a Kasindi. Era la felicidad absoluta. Ahora, que uno se emocione porque estuvo de ilegal en uno de los países más peligrosos del mundo es una cosa, pero otra muy distinta es lo que estábamos viendo. El orden que habíamos visto en Uganda, las carreteras pavimentadas y la limpieza habían desaparecido para dar lugar a miles y miles de personas que iban y venían, olores penetrantes, papeles y mugre en las calles, desorden por todas partes y, en términos generales, una sensación de caos generalizado. Los dejo con algunas fotos del lugar:
Y en la foto anterior tengo que contarles una historia… En esa pequeña caseta había por lo menos unos 5 hombres controlando el tráfico. Cuando pasamos, uno de ellos le dice al gran jefe pluma blanca que quiénes eran las mujeres que iban en nuestro grupo. En el primer bus iban conmigo 2 mujeres de aproximadamente 23 años bastante lindas… Acto seguido, uno de ellos ofreció 3 vacas por ellas 2 y nos pidió que se las dejáramos. Adivinen quiénes casi se infartan. En todo caso, la cosa estaba complicada, sobre todo porque en África en términos generales se pagan 17 vacas por una mujer virgen. Imagínense el insulto que les hicieron al ofrecer 1.5 vacas por cada una de ellas. Eso fue suficiente para burlarnos de ellas el resto del viaje. Pero bueno, seguimos con las fotos:

Segundo puesto de control ugandés. Pueden ver la campaña política del Presidente Museveni arriba en el muro azul.

Y ahora sí, el puente internacional. Ven como la carretera en Uganda es pavimentada y al otro lado, en el Congo, es simplemente tierra.
Para terminar, un comentario adicional: Una de las particularidades que tiene la frontera entre Uganda y la República Democrática del Congo es que en el primero se maneja a la izquierda y en el segundo a la derecha. Es decir, el puente internacional es uno de esos pocos, escasos lugares del mundo donde los conductores deben cambiar de lado de la calle cuando ingresan al otro país. Entre China y Hong-Kong, por ejemplo, construyeron un gran puente que se alterna en el aire y lleva a los conductores automáticamente al lado de la calle donde deben conducir. Aquí, entre Uganda y la RDC la cosa es bastante más rudimentaria, miren:

Del lado ugandés únicamente existe un letrero escrito a mano sobre el segundo puesto de control migratorio – donde ofrecieron vaca y media por cada una de mis amigas – que le informa a los conductores que deben ubicarse al lado izquierdo de la vía: KEEP LEFT.

Del lado congolés sólo hay una señal de tránsito con una flecha azul al lado izquierdo de la vía que señala el lado derecho. Eso significa simplemente: ¡cambie de carril!
Frontera Armenia – Georgia:
Porque del odio al amor hay un solo paso
Muy a pesar del conductor psicópata poseído por el mismísimo demonio que habíamos contratado para que nos llevara de Yereván a Tbilisi y que iba a 130 km/h en una carretera llena de curvas y huecos, llegamos mucho más tarde de lo pensado a la frontera entre Armenia y Georgia. Eran las 11 de la noche, la frontera estaba cerrada con una puerta de metal gigante pintada con la bandera de Armenia y sólo se veían camiones estacionados a lado y lado de la vía pero ni un alma por ningún lado. ¿Nos habíamos jodido? ¿Ya no se podía pasar?
El conductor se baja del carro, se acerca a la puerta y golpea suavemente. Luego de unos minutos, un oficial de migración de Georgia aparece, le dirige unas palabras y finalmente abre la puerta y nos deja entrar. Estacionamos el carro al lado del edificio de migración e ingresamos. Obviamente no hay nadie en la fila de migración y el oficial estaba leyendo el periódico. Suspende, levanta la cabeza, nos ve en la fila y nos dice que sigamos. Le entregamos los pasaportes y apenas vio “República de Colombia”, su cara se transformó. Metió nuestros datos en el computador mientras nos miraba a los ojos como buscando información. Era una mirada intimidante, nada amigable. Después de unos minutos, nos dice “Wait here” mientras entra a una oficina que estaba al fondo con nuestros pasaportes en la mano.
Pasan 5 minutos… 10 minutos… 15 minutos y el señor nada que aparecía y claro, nosotros pegados al techo. Después de unos 20 minutos, se abre la puerta y sale el señor con otras 3 personas. Se acercan y empieza el interrogatorio. Que por qué fuimos a Irán. Que qué estábamos haciendo en Armenia. Que qué íbamos a hacer en Georgia. Que a dónde íbamos después de Georgia. Que por qué habíamos ido a Nagorno-Karabakh. Que en qué trabajábamos. Que si llevábamos cocaína… Y ahí fue cuando a mí se me subió la mierda a la cabeza. En cuestión de segundos mi actitud frente al fulano cambió por completo. Lo miré a los ojos y le dije en inglés: No por ser colombiano tenemos que llevar cocaína. No hay cocaína ni ninguna otra droga en nuestro equipaje. Ahí le abrí mi maletín de mano y le dije: puede revisar éste y el resto del equipaje. No encontrará nada. Somos 3 turistas, nos han hablado muy bien de Tbilisi y por eso queremos ir a verla. Aparentemente eso no es suficiente.
A medida que yo iba hablando, el oficial iba cambiando la expresión de su cara… De la hostilidad de antes, ahora se veía algo de vergüenza. Se notaba que se sentía mal por lo que había hecho. Apenas terminé de hablar, el señor que estaba detrás lo miró y le dijo: I told you! Después, nos miró a nosotros y nos dijo: Wait! I’ll be back! Mientras el otro oficial entraba a la misma oficina de antes, el que estaba frente a nosotros nos sellaba el pasaporte y nos daba 365 días de estadía en Georgia. Sí señores, un año completo. Aparentemente después del discurso quería asegurarse de que viéramos no sólo Tbilisi sino cada milímetro cuadrado del país. En esas salió el otro oficial con una botella de vino en la mano. “¿Sabían que Georgia tiene uno de los mejores vinos del mundo?” dijo. “Éste es mi favorito” mientras servía vino a diestra y siniestra en unos vasos plásticos que había traído con él. Y con eso, empezó una conversación bastante amigable en la que nos dio folletos turísticos, nos dijo qué ver en Tbilisi y nos indicó cuáles eran los mejores viñedos del país.
Lo que había empezado como una experiencia similar a la de Macedonia, había terminado con una de las conversaciones más interesantes que tuve en toda Georgia. De la frontera salimos a la 1 am luego de botella y media de vino (que se tomaron ellos con mis amigas porque yo no tomo alcohol).

La única foto que tomé en la frontera a las 11 pm antes de los insucesos
Y hasta aquí llegamos por hoy. Tengo un montón de fotos más de fronteras pero como no tengo historias curiosas en ellas, pues no se las pongo para no aburrirlos. Ahora, si quieren las fotos, me avisan y hago otra entrada con ellas, ¿les parece? Y otra cosa, déjenme abajo en la sección de comentarios sus historias curiosas en fronteras internacionales. Me gustaría saber cómo les va a mis compatriotas y a los lectores de otras nacionalidades. Debe haber más de una historia divertida, ¿o no? Las espero
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